lunes, 27 de noviembre de 2017

La muerte como oportunidad de Ser


La muerte es laoportunidad de ser en cada instante. Es aquella capaz de mostrarte la belleza en lo efímero. La muerte no es un enemigo a batir, alguien con quien luchar o ir a contracorriente. Si sabes observarla encuentras la belleza de lo infinito en ella.

Anoche me crucé con sus ojos. Y eran los más bellos que jamás vi, tan familiares, tan atrapadores, tan míos y de la humanidad. Me perdí en ellos, nadando hacia el hogar, ese que no necesita de un lugar, hasta alcanzar la más sublime paz, hasta que los reconocí. Pasarán una y mil vidas y seguiré reconociéndolos a pesar de mi amnesia.

La muerte no es el final, sino el principio del ser. Y la vida no tiene más remedio que rendirse a su plenitud, demostrando que ella misma no es más que un instrumento de la muerte para llegar a conocerla desde otro prisma, con otra amplitud...


Desde el corazón brota la semilla que se forjó en mí, para conducirme a donde pertenezco, para caminar lo que un día dejé en la vereda. Sin saber quién soy pero con la certeza de un paso firme confío en la vida como madre de todo lo que se me presenta. Y no, no tengo miedo a la muerte, dama blanca enamorada de la vida. Porque se fue en el mismo instante en el que se llevó mis apegos, mis creencias, mis patrones que tanto limitaban. No hay nada que pueda perder más doloroso de lo que ya solté. Y la liberación me desligó de la esclavitud, para mostrarme dónde no me estaba amando, mis inseguridades, miedos, vacíos, heridas y cicatrices.

Sin mirarla la veo, sin tocarla la siento, sin escucharla me habla y sin caminar me acompaña. Ahora la muerte se ha vestido de gala, enamorada tras recibir la luz más brillante que jamás he visto.

¿Qué sería de la vida sin la muerte? ¿Quién la aprovecharía si supiese que es inmortal?
¿Cómo despreciar a alguien que te acoge con un amor indescriptible, llamándote por tu nombre, entre sus brazos?

La vida caprichosa, la hemos convertido en infinita, pero no es más que un grano de arena del gran desierto que conformamos. Y usamos la muerte para fustigarnos por lo que no hicimos con el otro, por el tiempo que perdimos o las palabras que no pronunciamos. Y sin atrevernos a mirar de frente a la muerte, le volvemos la cara para seguir quejándonos del mundo en el que vivimos, de la vida que nos ha tocado, de lo bien que lo hicimos nosotros  y no recibimos nada a cambio…

¿Y si nos atreviésemos a vivir como si cada día fuese un regalo que nos hace la muerte? ¿Y si comenzásemos a agradecer lo que ya somos y tenemos? ¿Y si fuésemos capaces de mirar a los ojos a la muerte en cada situación que se nos presenta y decir: aquí estoy?


Quizá entonces descubriríamos que el miedo más grande que poseemos es el de no querer ver: ni a nosotros mismos, ni a quien nos rodea. Porque entonces tendríamos que responsabilizarnos de quienes somos, sin excusas, sin quejas, sin señalar al del en frente como culpable de lo que ocurre en mi vida. Quizá entonces descubriríamos que de lo que tenemos miedo es de amar realmente a quienes somos. Y para ello necesitamos el valor de abrazar a la muerte hasta que experimentemos que esa gran maestra es la oportunidad de ser en cada instante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página