La única forma de reconciliarse con la realidad es a
través de la aceptación. Capturados por cualquier emoción, es muy difícil salir
de ella si no entendemos la raíz de lo que ha ocurrido.
La aceptación nada tiene que ver con la resignación, pues
la resignación lleva a la inacción dolorosa al considerar que no hay nada que
uno pueda hacer para darle la vuelta a las cosas. La aceptación logra lo que
nunca puede lograr la resignación, ya que, a diferencia de esta, la aceptación impulsa a la acción, a la
toma de responsabilidad, a ser uno plenamente consciente de que sí que es
capaz de dar una respuesta a lo sucedido...
En la aceptación, la acción que se pone en marcha no es
para rebelarse con lo ocurrido, sino para revelarse ante la idea de que uno no
tiene opción de respuesta.
En el momento en el que yo me abro a la posibilidad de
aceptar algo, también me estoy abriendo a la posibilidad de considerar que
puede haber una oportunidad oculta en esa situación y que puedo buscar el otro
lado de la moneda.
Las mejores opciones para que se abra la puerta de la
oportunidad no están en dejarse atrapar por reacciones o automatismos, por
lógicos y razonables que parezcan. La mejor oportunidad está en preguntarse, ¿qué puede haber de valor en lo que me está
ocurriendo?
Hay un elemento que puede ayudarnos mucho a reducir la
tensión en la que vivimos. Se trata del agradecimiento.
No tiene sentido que nos desgastemos tanto queriendo
cambiar cosas que, de entrada, están fuera de nuestro alcance, como por ejemplo
conflictos o problemas de orden mundial, y que nos sintamos tan impotentes a la
hora de gestionar nuestros propios estados de ánimo. Decirle sí a la vida tiene que ver mucho con dejar de adoptar el papel
de víctimas y de dedicar nuestro valioso tiempo y energía a buscar
culpables, y tomar responsabilidad a la hora de dar una respuesta a lo que nos
sucede.
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