Hace unos 2.500 años, en la India, una serie de personas,
verdaderos científicos, hicieron un descubrimiento asombroso. Fueron capaces de
desentrañar uno de los más sorprendentes misterios: la manera en que funciona
la mente humana. Solo recientemente,
la medicina más avanzada ha sido capaz de comprender, al menos parcialmente,
cuál es la explicación fisiológica de algunos de los efectos que experimentan
los practicantes de meditación.
Lo que se busca con la meditación es reducir el ruido mental, para que, poco a poco, vaya haciéndose más
clara y palpable la esencia que describe lo que en realidad somos. Escucharla,
penetrar en una dimensión desde la que emana un caudal extraordinario de
energía, vitalidad, sabiduría y creatividad...
Tenemos la sensación de que en el vacío no existe nada y,
por eso, se nos antoja absurdo dedicar parte de nuestro ya escaso tiempo a
desarrollar la capacidad de parar nuestros pensamientos y quedarnos en
silencio.
La mayor parte de las personas vivimos de manera habitual
con una enorme tensión mental. Esta
tensión mental se manifiesta como ansiedad, angustia y distintos tipos de
bloqueos, reduciendo drásticamente la capacidad de pensar con claridad, tomar
decisiones y aprender. Sabemos que la causa de ello es la activación del
sistema nervioso simpático, el sistema de alarma de nuestro cuerpo.
Con prácticas como la meditación se ha comprobado que al
parar ese ruido incesante causado por la hiperactividad del sistema nervioso
simpático, el cuerpo responde de manera muy favorable. Lo primero que se
aprecia es una relajación de la musculatura
y una progresiva normalización del funcionamiento del aparato digestivo, la tensión
arterial se reduce y bajan los niveles de colesterol. Se experimenta un aumento de su energía vital, ya que la energía no se está gastando en procesos poco
productivos. Hay una mejoría significativa del sistema inmunitario por lo que se reducen las posibilidades de
desarrollar un proceso infeccioso o tumoral.
La meditación es uno de los caminos más interesantes para
acceder a ese espacio mágico que es nuestra esencia, trascendiendo los límites
que marca nuestra propia identidad con su práctica. No se busca un
entendimiento racional, una comprensión intelectual sino vivir una experiencia,
la de abrirse a las posibilidades y el potencial que existe dentro de nosotros.
Por eso, cualquier actitud de esforzarse para experimentar algo es muy
contraproducente.
La meditación nos invita a soltar nuestra tendencia a
controlarlo todo, a tratar de entender intelectualmente cada cosa que sucede. Es
una invitación a confiar y a dejarnos llevar por una sabiduría que desafía
cualquier comprensión por parte de nuestra estrecha y ciega identidad. La meditación es un camino hacia la
expansión, el crecimiento y evolución personal. Es un camino que nos lleva de lo razonable a lo posible.
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