miércoles, 9 de agosto de 2017

La medicina basada en el miedo


Muchas veces nosotros los médicos mantenemos a los pacientes en un estado de miedo continuo. Sentimos que es nuestra obligación ser realistas y presentamos estadísticas para basar el pronóstico del paciente en ellas. Ojalá entendiésemos que muchas veces el paciente no quiere conocer el peor resultado posible, que esa persona que tenemos delante no se considera parte de una estadística, porque aunque sean útiles, creo que en el ámbito de la medicina sólo proporcionan más miedo que alivio. Esa persona que está enfrente de nuestra consulta es un individuo y puede crear su propia estadística...


En muchísimas ocasiones es el miedo que rodea a las sentencias de los profesionales de la salud lo que contribuye al peligro real de la enfermedad. El miedo le hace un daño tremendo a nuestro sistema inmunitario, dejándonos vulnerables ante la enfermedad. Ya está comprobado por múltiples estudios cómo el miedo hace que segreguemos corticoides y adrenalina, ambas hormonas de estrés, capaces de disminuir de forma drástica nuestro sistema inmunitario por ejemplo, encargado de defendernos de los ataques del exterior.

Los sanitarios conocemos bien el poder de la sugestión, y el efecto placebo lleva estudiándose muchos años, desde la publicación del entonces novedoso artículo titulado “El poderoso placebo” en el Journal of the American Medical Association en 1955. De hecho, para que un fármaco se comercialice tiene que superar un 30% de eficacia, que es lo que se le atribuye al placebo, o al azar como lo llaman en la industria farmacéutica. ¿Pero nadie se ha parado a pensar cómo es posible que un 30% de personas se curen igual que otros sólo tomando pastillas de azúcar o agua por la vena? ¿A nadie le llama la atención esta cifra, nada despreciable?

A pesar de conocernos, nuestros profesionales médicos no solo no hacen nada para contrarrestar el miedo de sus pacientes, sino que muchos les infunden miedo intencionadamente, tal vez porque no sepa otra forma de hacerlo, o quizá porque crea que es la forma más efectiva para que realice el tratamiento, dándole todo el poder a unas pequeñas píldoras. Para mí eso queda confirmado basándome en la práctica clínica que aprendí y la que previamente practicaba. 


Cuando a alguien le diagnostican una enfermedad que pone en peligro su vida, hay que centrarse no solo en el estado físico de la persona, sino también en su estado emocional. Tal vez incluso más en este último.

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