"Pies para qué os quiero si tengo alas para volar"
Frida Kahlo
“No tengas miedo”,
le dijo a su madre, “es parte del proceso”.
“Quédate conmigo, sé fuerte”, me dijo a mí. Ha sido un año más el que nos
ha regalado. No puede ser casualidad que todo empezara y terminara el mismo día
y el mismo mes justo un año después. Es increíble pensar que ya no la voy a ver
más en este 3D, que no voy a poder acariciarla, conversar, reír, visitar nuevos
lugares, besarla, compartir un hogar a su lado, unos hijos, verla crecer como
profesora, como maestra de luz…
Pasaron muchos días hasta que conseguí cerrar los ojos y ver algo
diferente a aquel último instante, postrada en el suelo del pasillo previo
grito mío al médico que le atendía de que se estaba muriendo. Ese médico que lo
único que hacía era mirarla impertérrito mientras yo hacía por última vez de su
médico. Mandaba al enfermero a por el material para iniciar su resucitación, le
indicaba al médico que le diera ambú, que le pusiese un relajante ya fuese midazolam
o cloruro mórfico y que la intubase. Nada hizo que no fuese mirar su agonía y
llamar al 061.
“No veo”, fue lo último que le escuché
decir. Le respondí que no se preocupase y que cerrase los ojos. Obediente como
ninguna eso hizo, pero al momento supongo que le era indiferente mantenerlos abiertos
que cerrados y decidió abrirlos de nuevo. Daba manotazos al ambú como queriendo
que la dejaran en paz, mientras veía como la yugular se ingurgitaba cada vez
mas, hiperextendía el cuello con más fuerza y se iba coloreando del violeta que
tanto le gustaba.
Hasta que, pasados 15 minutos, se relajó y dejó de luchar. Cuando vi que
todo estaba hecho, dejé de insistir y me fui a su lado para que se fuese entre
“te quieros”, tranquila, acompasando sus últimas inspiraciones, conmigo
apoyándola, en el amor de la despedida más dura que se puede hacer. Al llegar
el 061 ya llevaba un minuto en parada cardiorrespiratoria. Lo intentaron, no
muy duchos tampoco, pues no fueron capaces ni de intubarla con la autopista que
tenía ella como vía aérea.
Yo ya sabía que se había ido de ese cuerpo y, sentada en el suelo detrás
del equipo médico, la enviaba hacia la luz entre lágrimas. Tras varias
adrenalinas en vano, entré en casa girando en horizontal mi cabeza hacia sus
padres y rompí a llorar entre abrazos de ambos. No había marcha atrás, ya no
estaba atada a la materia. Si
el agua de la vida es amor y corre por las venas, Nazaret, mi vida, murió de
puro amor. Con las venas colapsadas de agua de vida que de tanto amar se condensaron,
pues no cabía en ella tanto amor. Se fue por amor y llena de amor. Se
había convertido en algo más, en esa energía que conforma nuestro espíritu,
para mi parecer, mucho antes de tiempo.
Recuerdo cuando prometimos morirnos juntas de viejitas en la cama, sin
dientes, sonriendo, dejando que el sopor infinito invadiera nuestro ser. Pero había
olvidado que antes de este, realizamos otro pacto, más sagrado. Por fin se
liberó y salió de la crisálida, pero el batir de sus alas me dejaron vacía y
perdida. Porque nunca me había imaginado una vida sin ella, y ahora tengo que
empezar de cero, entre el dolor de su pérdida y el amor y la luz que me llevo
de ella.
La postraron en la cama de sus padres cuando el equipo médico, tras 45
minutos, dio por finalizada la reanimación cardiopulmonar. Dados sus
antecedentes, no llamaron al juez para hacerle la autopsia judicial como
procede en casos similares al suyo. A pesar del gran dolor que sentíamos su
padre, su madre y yo, nunca experimenté tanta paz dentro de una habitación. Aún
conociendo lo sombrío que era el piso, emanaba una tremenda luz cálida en la
habitación donde se hallaba. Era tanta la energía positiva que se sentía a su
alrededor, que nuestra perra, fiel sombra mía, se quedó dormida todo el rato a
sus pies, supongo que también ayudándola en el tránsito.
La besamos sin parar mientras íbamos notando cómo se enfriaba su cuerpo
yermo y baldío y me sorprendió como, tras un par de horas, aún tenía la frente
caliente. Me quedé unos instantes a solas con ella, entre el devenir de nuestra
familia, sus padres y los cigarros que no paraba de fumar. Y fue ahí, mientras
le hablaba de lo que la amaba y le contaba que la iba a echar mucho de menos
pero que prometía estar bien, donde noté una suave brisa en mi cara que me
movió hasta el cabello. Tanto me extrañó que miré a ver si había sido todo
debido a una corriente de aire y miré hacia la ventana, pero claramente era
ella porque estaba totalmente cerrada. Sonreí entre la sorpresa que me produjo.
No tuve coraje de quitarle nuestro anillo de casada. Iba a ser la última
vez después de tantas veces en este año por tantos quirófanos e ingresos. Pensé
que se quedara con ella hasta el final. A mi no me hacía falta ya y no hay
recuerdo alguno material más poderoso que el amor con el que nos inundó. Su
madre, sabia mujer, me lo devolvió en otro de los momentos en los que se quedó
a solas con ella.
Vida absurda y caprichosa que se lleva antes a la persona con quien más he
amado y por quien daría mi vida sin dudar ni un ápice, que a cualquier otro
familiar de más edad, como sería por ley de vida. Me enseñó a aceptar y pude
aprender a no aferrarme a lo material, ni siquiera a ella, pero a pesar de que
calme relativamente el dolor, los días son grises y las noches oscuras en su
ausencia.
Cuando llegó uno de nuestros familiares sé que hablaron ambos. Me confirmó
lo que ya sentí, que seguía allí. Como él comentó, la recibieron con flores y
se desligó muy bien del plano material, comprendiendo que ya no era ese cuerpo,
que era algo más y que estaba en todo. Sonreía y se encontraba radiante, ya no
tenía miedo a morir. Lo había logrado una vez más, había conseguido superar el
miedo a la muerte y de nuevo, que en mí también desapareciese. Y lo que más me
emocionó, le dijo que ahora me quería más porque era capaz de ver mi alma.
Ya no tengo miedo a morir porque sé que estará allí cuando sea mi hora y
me podré reunir de nuevo con el amor de mi vida, con mi alma gemela, con mi
luz. A veces dudo de si cada día de vida es un regalo del universo o, en
cambio, sería la muerte el mayor de los regalos, cuando de nuevo tengamos la
misma voz y el abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la Única Creación. Le dijo
que le habían maravillado los seres que la recibieron y que se iba a poner
manos a la obra para trabajar desde otro plano, con las mariposas que, como las
suyas, volvieran al hogar sin haber pasado por los brazos de sus padres.
Recibí decenas de llamadas, pero era incapaz de hablar, en parte por el
shock y también por la paz que se respiraba a su lado. Era tan grande lo que
seguía emanado que la tristeza allí era relativa. Era una sensación
indescriptible, casi inhumana, porque parecía que estábamos reunidos para una
celebración más que para un fallecimiento.
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