miércoles, 11 de enero de 2017

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 74, La Liberación

"Pies para qué os quiero si tengo alas para volar"
Frida Kahlo

“No tengas miedo”, le dijo a su madre, “es parte del proceso”. “Quédate conmigo, sé fuerte”, me dijo a mí. Ha sido un año más el que nos ha regalado. No puede ser casualidad que todo empezara y terminara el mismo día y el mismo mes justo un año después. Es increíble pensar que ya no la voy a ver más en este 3D, que no voy a poder acariciarla, conversar, reír, visitar nuevos lugares, besarla, compartir un hogar a su lado, unos hijos, verla crecer como profesora, como maestra de luz…

Pasaron muchos días hasta que conseguí cerrar los ojos y ver algo diferente a aquel último instante, postrada en el suelo del pasillo previo grito mío al médico que le atendía de que se estaba muriendo. Ese médico que lo único que hacía era mirarla impertérrito mientras yo hacía por última vez de su médico. Mandaba al enfermero a por el material para iniciar su resucitación, le indicaba al médico que le diera ambú, que le pusiese un relajante ya fuese midazolam o cloruro mórfico y que la intubase. Nada hizo que no fuese mirar su agonía y llamar al 061.

 “No veo”, fue lo último que le escuché decir. Le respondí que no se preocupase y que cerrase los ojos. Obediente como ninguna eso hizo, pero al momento supongo que le era indiferente mantenerlos abiertos que cerrados y decidió abrirlos de nuevo. Daba manotazos al ambú como queriendo que la dejaran en paz, mientras veía como la yugular se ingurgitaba cada vez mas, hiperextendía el cuello con más fuerza y se iba coloreando del violeta que tanto le gustaba.

Hasta que, pasados 15 minutos, se relajó y dejó de luchar. Cuando vi que todo estaba hecho, dejé de insistir y me fui a su lado para que se fuese entre “te quieros”, tranquila, acompasando sus últimas inspiraciones, conmigo apoyándola, en el amor de la despedida más dura que se puede hacer. Al llegar el 061 ya llevaba un minuto en parada cardiorrespiratoria. Lo intentaron, no muy duchos tampoco, pues no fueron capaces ni de intubarla con la autopista que tenía ella como vía aérea.

Yo ya sabía que se había ido de ese cuerpo y, sentada en el suelo detrás del equipo médico, la enviaba hacia la luz entre lágrimas. Tras varias adrenalinas en vano, entré en casa girando en horizontal mi cabeza hacia sus padres y rompí a llorar entre abrazos de ambos. No había marcha atrás, ya no estaba atada a la materia. Si el agua de la vida es amor y corre por las venas, Nazaret, mi vida, murió de puro amor. Con las venas colapsadas de agua de vida que de tanto amar se condensaron, pues no cabía en ella tanto amor. Se fue por amor y llena de amor. Se había convertido en algo más, en esa energía que conforma nuestro espíritu, para mi parecer, mucho antes de tiempo.

Recuerdo cuando prometimos morirnos juntas de viejitas en la cama, sin dientes, sonriendo, dejando que el sopor infinito invadiera nuestro ser. Pero había olvidado que antes de este, realizamos otro pacto, más sagrado. Por fin se liberó y salió de la crisálida, pero el batir de sus alas me dejaron vacía y perdida. Porque nunca me había imaginado una vida sin ella, y ahora tengo que empezar de cero, entre el dolor de su pérdida y el amor y la luz que me llevo de ella.

La postraron en la cama de sus padres cuando el equipo médico, tras 45 minutos, dio por finalizada la reanimación cardiopulmonar. Dados sus antecedentes, no llamaron al juez para hacerle la autopsia judicial como procede en casos similares al suyo. A pesar del gran dolor que sentíamos su padre, su madre y yo, nunca experimenté tanta paz dentro de una habitación. Aún conociendo lo sombrío que era el piso, emanaba una tremenda luz cálida en la habitación donde se hallaba. Era tanta la energía positiva que se sentía a su alrededor, que nuestra perra, fiel sombra mía, se quedó dormida todo el rato a sus pies, supongo que también ayudándola en el tránsito.

La besamos sin parar mientras íbamos notando cómo se enfriaba su cuerpo yermo y baldío y me sorprendió como, tras un par de horas, aún tenía la frente caliente. Me quedé unos instantes a solas con ella, entre el devenir de nuestra familia, sus padres y los cigarros que no paraba de fumar. Y fue ahí, mientras le hablaba de lo que la amaba y le contaba que la iba a echar mucho de menos pero que prometía estar bien, donde noté una suave brisa en mi cara que me movió hasta el cabello. Tanto me extrañó que miré a ver si había sido todo debido a una corriente de aire y miré hacia la ventana, pero claramente era ella porque estaba totalmente cerrada. Sonreí entre la sorpresa que me produjo.

No tuve coraje de quitarle nuestro anillo de casada. Iba a ser la última vez después de tantas veces en este año por tantos quirófanos e ingresos. Pensé que se quedara con ella hasta el final. A mi no me hacía falta ya y no hay recuerdo alguno material más poderoso que el amor con el que nos inundó. Su madre, sabia mujer, me lo devolvió en otro de los momentos en los que se quedó a solas con ella.

Vida absurda y caprichosa que se lleva antes a la persona con quien más he amado y por quien daría mi vida sin dudar ni un ápice, que a cualquier otro familiar de más edad, como sería por ley de vida. Me enseñó a aceptar y pude aprender a no aferrarme a lo material, ni siquiera a ella, pero a pesar de que calme relativamente el dolor, los días son grises y las noches oscuras en su ausencia.

Cuando llegó uno de nuestros familiares sé que hablaron ambos. Me confirmó lo que ya sentí, que seguía allí. Como él comentó, la recibieron con flores y se desligó muy bien del plano material, comprendiendo que ya no era ese cuerpo, que era algo más y que estaba en todo. Sonreía y se encontraba radiante, ya no tenía miedo a morir. Lo había logrado una vez más, había conseguido superar el miedo a la muerte y de nuevo, que en mí también desapareciese. Y lo que más me emocionó, le dijo que ahora me quería más porque era capaz de ver mi alma.

Ya no tengo miedo a morir porque sé que estará allí cuando sea mi hora y me podré reunir de nuevo con el amor de mi vida, con mi alma gemela, con mi luz. A veces dudo de si cada día de vida es un regalo del universo o, en cambio, sería la muerte el mayor de los regalos, cuando de nuevo tengamos la misma voz y el abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la Única Creación. Le dijo que le habían maravillado los seres que la recibieron y que se iba a poner manos a la obra para trabajar desde otro plano, con las mariposas que, como las suyas, volvieran al hogar sin haber pasado por los brazos de sus padres.


Recibí decenas de llamadas, pero era incapaz de hablar, en parte por el shock y también por la paz que se respiraba a su lado. Era tan grande lo que seguía emanado que la tristeza allí era relativa. Era una sensación indescriptible, casi inhumana, porque parecía que estábamos reunidos para una celebración más que para un fallecimiento.

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