miércoles, 7 de diciembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 59, Mariposas en la nieve

"La necesidad de definirte te imposibilita el autodescubrimiento y te ancla en los límites del pasado"
Virginia Blanes


Hay mariposas que vuelan sobre la nieve. De alas fuertes para sustentar los copos de agua sólida mientras siguen planeando a favor del viento. Tupidas con bellos colores a modo de abrigo, vestidas de la luz de la montaña, más cerca del cielo...

Hay mariposas que transforman el gélido frío en el motor del calor para expandir más allás del mundo la cabeza de alfiler que conforma su corazón. Encuentran el néctar de una flor debajo de un matorral y cuando ni eso hayan, se alimentan de lo que son. Algunas envían sus antenas al universo y otras al planeta, para jugar con mariposas que también viven en la cumbre y para mostrarle a otras que se puede vivir allí a pesar de las inclemencias, a pesar de lo que creían, a pesar de lo que habían visto en sus progenitores, a pesar de ellas mismas. 

Hay mariposas que todos sus vuelos son los últimos, así durante miles de kilómetros para llegar a su única meta en cada parada. Iluminan la noche helada con su postura recta y sus alas plegadas formando un corazón de fuego, y disipan la escarcha cuando despiertan al movimiento en una danza con el alba. ¿Quién dijo que no hay mariposas en invierno? Aquí al lado, junto a mi chimenea, disfruto de la más hermosa.

Pasaba Febrero fugaz e intenso en nuestras vidas y nos decidimos a buscar casas para volver a conformar nuestro hogar. A pesar del regalo de disponer del apartamento estival de mis suegros para alojarnos, necesitábamos nuestro espacio, reconstruir nuestra cúpula de amor sagrado en la cuál nos sosteníamos mutuamente. Precisábamos cambiar las sombras de aquel piso, por la luz de lo que vuelve a renacer. Necesitábamos ser ella y yo, poder mirarnos de nuevo a los ojos y reconocernos, sin distracciones, sin juicios. Estábamos tan seguras del triunfo de Nazaret sobre su enfermedad que íbamos a visitar las viviendas en venta con las que habíamos soñado, en el campo, cerca de la ciudad, con terreno para nuestro propio cultivo y para construir una guardería especial de la que se encargaría Nazaret y una casa de salud, de la que me haría cargo yo.

Deseábamos comenzar a vivir solas con la ilusión del primer día y la maduración de lo vivido para que inocencia y experiencia se mecieran por una misma mano, conformar un hogar físico para acoger al nuevo hogar que habíamos creado en nuestras almas. Estábamos inundadas de amor, que era lo que creaba nuestro universo y el motor de nuestros impulsos y acciones. Es el ladrillo básico para la construcción, por eso, cuando uno tiene amor, todas las posibilidades existen, incluyendo los milagros. Hubo una de las viviendas que visitamos que nos gustó mucho y estuvimos a punto de comprarla, se adecuaba a lo que íbamos buscando. Pero por diversos motivos no pudo ser. Después los días se nos abalanzaron uno sobre otro sin descanso ni demora.

Antes de que terminara febrero, Nazaret optó por hacerse las pruebas de la anestesia por si, en algún momento requería intervenirse de nuevo, para que no fuese tan enardecido ni extremo como la última intervención. Las pruebas que tendría que realizarse sería un TAC abdominal con contraste (otro más), una radiografía de tórax y una analítica. En la analítica le añadí lo que consideraba necesario y complementario para el resto de especialistas y así no tener que acudir de nuevo al hospital o al centro de salud para una extracción diferente. Aunque pueda parecer ridículo, el ahorrarse un pinchazo y un viaje son hechos que no se tienen en cuenta con los pacientes en muchas ocasiones y que implica un esfuerzo duplicado, a veces titánico en los casos más extremos como el de Nazaret.

El resultado de la analítica fue muy sorprendente. Tenía unos parámetros totalmente normales, mejor que los míos. Parecía que el despertar de su alma, el cambio de vida, de alimentación y de afrontar los eventos estaba dando sus frutos.

Me aventuré a buscar el resultado del TAC abdominal, apoyada por la fuerza que acompaña a un pequeño triunfo. En mi trabajo tenía acceso a su informe y sus pruebas de imagen. Cuando leí el informe no tuve otra opción que ir al baño, en el hospital y vomitar. No podía digerir aquel informe, aquella sentencia que la entregaba de nuevo a los casos desahuciados. Realmente para ellos nunca había salido de esa condición pero verlo por escrito me descubría que mi confianza no era la que creía ni quería y que una parte de mí seguía llevándome a donde meses atrás me encontraba, lejos de mí y de Nazaret, cediéndole todo mi poder a un trozo de celulosa con tinta negra apelmazada, porque nada más había cambiado ese día a mi alrededor.

Ni siquiera era capaz incorporarme, así que me quedé unos minutos sentada en el suelo del baño. El trombo le ocupaba todo el sistema venoso abdominal, se había extendido desde donde se encontraba el filtro hasta ambas regiones inguinales. El “bulto del miedo”, seguía midiendo lo mismo, por lo menos no había crecido. Pero hablaban de la posibilidad de que el tumor se localizase en la vena. De nuevo las mismas sospechas que meses atrás nos dijo la oncóloga. El miedo me venció, esa batalla la ganó él, sí, pero ya sabía que era capaz de traspasar esa frontera impuesta. No era su misma victoria que meses atrás, ni mi misma derrota. Ambos nos habíamos mirado fijamente, nos conocíamos, sabíamos el uno del otro y solo este simple reconocimiento mutuo, la distancia que nos unía era menor de la que nos separaba.

No hubo lágrimas, no salían. La emoción se había anclado en el estómago y no dejaba soltar el sentimiento que mantenía atado bajo su auspicio. Me puse en pie apoyada en la pared para que el vértigo no me volviese a tumbar y salí del trabajo. Intenté respirar de forma profunda, relajada, y parece que algo se alivió dentro de mí.


Cuando llegué a casa lo primero que me preguntó Nazaret fue por el resultado del TAC. Le respondí la verdad. De hecho le entregué la copia del informe. Ella estaba preocupada, hasta que leyó detenidamente el informe y lo comparó con el previo. Acaso añadía poco más el actual, pero con más palabras, más técnico. Nazaret comenzó a reírse de mí. 

Había caído de nuevo en el juego de los tecnicismos y eso que era médica, precisamente por eso, engañada por lo que hasta pocos meses atrás confiaba, en otros igual de dormidos que yo. Había sucumbido otra vez en la trampa del ego, para mostrarme que aquello que ya tenía controlado se desmoronaba fácilmente en unos segundos. Seguía buscando control, estabilidad, seguía cediendo mi poder a unos resultados, a algo ajeno, seguía buscando una luz fuera sin ver que la tenía dentro, seguía queriendo ser sin pagar el precio. Y volvía a tropezar paso tras paso aventurada por la valentía de quien vivía a mi alrededor, empujada por el tiempo que se aceleraba instante a instante. 

Nazaret me mostraba de nuevo el camino, con toda su luz y todo su esplendor. Ella era el camino para encontrarme. De hecho, su cuerpo había creado más colaterales o nuevas venas para poder dar paso a su torrente sanguíneo y que siguiera regando a su templo físico, mientras su ser se encargaba de cultivar el templo de su alma. Me había vuelto a caer, pero levantarme cada vez era más fácil, pues aunque la caída era más profunda al desvelar los peldaños que aún me quedaban, sabía que las mariposas podían volar también en invierno.

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