miércoles, 28 de diciembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 68, ¿Metástasis?

"Eleva tus palabras, no tu voz. Es la lluvia la que hace crecer las flores, no los truenos"
Rumi


Hubo una época en la que yo sabía a ciencia cierta que quienes se negaban a servir a los negros eran racistas, quienes organizaban guerras y ordenaban asesinar a personas inocentes eran belicistas, que los propietarios de fábricas que contaminan el aire, el agua y la tierra eran los responsables de la contaminación del medio ambiente y que aquellos que no practicaban la medicina alopática eran unos insensatos responsables de muchas muertes de personas necias y desesperadas por una solución...

Fue un tiempo en que el hecho de participar en manifestaciones, sentadas de protesta y boicots contra las acciones de los malos me hacía sentir una buena persona. Pero por más que proteste, un examen sincero de mí misma y de mis relaciones con el mundo me revela que yo también formo parte del problema que combatía. 

Me doy cuenta, por ejemplo, de que desconfío más de los rumanos que de los blancos. Constato también que soy adicta a un estilo de vida (teléfono, internet, portátil, alguna ropa y alimentación de grandes almacenes…) que solo puede mantenerse a expensas de la gente más pobre del planeta (una situación sostenida, por otra parte, gracias al poder militar). Advierto que el problema de la polución no está desvinculado de mi despilfarro de los recursos energéticos y de la creación de desperdicios (cada persona generamos de media más de media tonelada de basura al año). Y me hago consciente de que los fármacos que prescribía y usaba en mí misma, se han llevado más vidas que muchos de los tratamientos prescritos por otras medicinas y que, para el que no se ha muerto y toma un tratamiento crónico, las consecuencias se mostrarán tarde o temprano. De este modo, la línea que antaño me separaba claramente de “los malos” ha terminado desvaneciéndose.

Yo no soy más diferente de lo que combatía, haciéndome consciente de lo sutil que puede ser la línea que separa el bien del mal. Todo es relativo en la vida, sólo depende de con quién lo compares, de el prisma en que lo veas. Yo podría considerarme mejor persona que cualquiera de los responsables de guerras, contaminaciones y explotaciones. Sin embargo, si me comparo con cualquier persona que viva en el campo generando su propio alimento y energía, capaz de tejerse su propia ropa y ayudarse de la naturaleza para encontrar los remedios a sus enfermedades; en ese caso, la mala sería yo, pues le estaría haciendo más daño al planeta y, por ende, a mis congéneres, que estos señores. Por este motivo, las creencias que tenemos no son más que un puñado de palabras con culpa y miedo dentro, que nos limitan e impiden valorar las fuerzas de la naturaleza como el todo que son, sin juzgar, sin malos ni buenos, sólo como son. No todo es blanco o negro, ni tampoco ocurre porque sí. Todo tiene lógica en el tapiz de la vida aunque no lleguemos a comprenderla con nuestra mente limitada, aunque nos parezca una locura.

La médico, al ver a Nazaret, sin dudarlo la pasó a observación y le solicitó el TAC pulmonar. Dos horas después estaba diagnosticada de un nuevo tromboembolismo pulmonar masivo. Sólo respiraba con un cuarto de sus pulmones, justo con aquel en donde se localizó su segundo trombo meses atrás. Su cuerpo había tenido tiempo suficiente para disolverlo y ahora era el único resquicio libre de sangre para conectarla entre el cielo y la tierra. Nadie nos informó de ese detalle, sólo nos confirmaron el diagnóstico. Pero gracias a la compañera que trabajaba allí supe del resto.

Me llamó, bastante preocupada, a un despacho para hablar conmigo. Allí me dejó leer el informe del TAC. Sus pulmones representaban el campo de batalla pasado y presente. Había cicatrices, infartos, nódulos y de nuevo, la cruzada que actualmente estábamos viviendo. A ella le preocupaba mucho todo lo que habían encontrado y quería comprobar si en los TACs previos había alguna de estas llamadas de socorro. Yo tenía todos los resultados de las pruebas almacenadas en mi teléfono y grabadas a fuego en mi mente. Ya no me resultaba peculiar que el profesional responsable de Nazaret no comentase nada, ni quisiera más que solicitase más información. Pero gracias a la vida, siempre había alguien que nos ofrecía su mano amiga, como lo hacía aquella compañera en ese instante.

Nada de lo que decía el nuevo informe aparecía en el úlimo que yo tenía. Todas esas lesiones se habían formado poco a poco durante las últimas semanas. Aquellos nódulos eran lo que más le preocupaban y el motivo de mi llamada, ¿serían metástasis? ¿habíamos jugado demasiado? ¿habíamos soñado con una realidad utópica? Si el cáncer avanzaba, indudablemente las metástasis tenían que aparecer. Pero en teoría nadie sabía aquello excepto yo. Ante la extrema gravedad de Nazaret se valoró su ingreso de nuevo en UCI. Pero para seguir con el hábito, estaba colapsada y tampoco otras patologías graves podían ingresar allí. Decidieron dejarla en observación a cargo de neumología.

Nosotras sabíamos que las metástasis no existen como tal, sino que, si aparecen células cancerosas en otro órgano de tu cuerpo se deben a nuevos conflictos generados. Para que existan las metástasis, las células cancerosas tiene que viajar desde el órgano afecto hasta el nuevo órgano en el que se van a aposentar. Este recorrido se puede realizar desde dos vías mayoritariamente, una es a través de la sangre y otra a través de la linfa. Aún no se han podido detectar células cancerosas en el torrente sanguíneo por ejemplo a pesar de todos los estudios realizados con biomarcadores. Extraña que te encuentres directamente miles de coches aparcados y no veas ni uno en la carretera. Además, si la célula originaria pertenece a un órgano concreto, por ejemplo la mama, la célula metastásica ha de corresponder obligatoriamente al órgano del que procede, la mama, por lo que sería incongruente que una metástasis ósea estuviese conformada por células cancerosas óseas y no de la mama. En la mayoría de ocasiones ocurre esto último, y cada “metástasis” tiene la histología del órgano afecto en vez de la del tumor primitivo como sería lógico.

Uno de los conflictos más frecuentes cuando te diagnostican de algún tipo de cáncer es el miedo a morir, representado en metástasis pulmonares. Pero no era el caso de Nazaret. Ella no tenía miedo a la muerte, salvo en escasos momentos puntuales. ¿Estaríamos equivocadas con esta interpretación sobre las metástasis? Desde luego que, de no ser cierta esta teoría, por la agresividad de su enfermedad y la negativa del tratamiento convencional, tenía todas las posibilidades de que fueran metástasis.  

Cuando Nazaret fue consciente de que tenía otro nuevo tromboembolismo pulmonar lloró. Se preguntaba cómo podía hacerle eso a su propio cuerpo. Ella que tanto respetaba a su templo, que tanto lo cuidaba por dentro y por fuera. No era capaz de controlar la volubilidad de su sangre y su apetencia por el soplo de su vida. Pero no era ella la responsable, aquellas señales llevaban el sello del universo, quien le indicaba que la partida estaba próxima. El llanto no duró mucho, era consciente de que si había podido disolver dos trombos, podía hacerlo una tercera vez, no había tiempo para lamentos. Y ahora contaba con la ayuda de los médicos del cielo.

Esa noche descansó bien. Necesitaba dormir para comenzar a reparar todo el trabajo pendiente acumulado. Yo estaba preocupada pues tampoco sabía la razón de esta caída. La confusión se aprisionaba en mi cabeza hasta hacerla bombear y casi estallar. No encontraba el camino, no sabía qué podíamos mejorar o qué teníamos que cambiar. Quería razonarlo desde la mente porque desde el corazón me negaba a interpretar las señales, pues el dolor era inconmensurable.

Por la noche medité y usé el único poder que tenía conmigo, el mío mismo. La visualicé. Casi nunca me atrevía a hacerlo. Quería creer y quería crear. Pero aquel día necesitaba saber qué eran aquellos nódulos. Cuando proyecté su imagen vi en sus pulmones una especie de puntitos de color blanquecino, pequeños. Parecían restos de calcificaciones antiguas y estaban distribuidos en ambos pulmones, muy pequeños y dispersos. Aquello no eran metástasis. Eran puntitos de miedo que fueron apareciendo en Nazaret a lo largo de los últimos meses y a medida que el miedo se disipó, ellos también lo hicieron, dejando su impronta en el pulmón para que no nos olvidásemos de que el miedo tiene repercusiones en el cuerpo físico pero que se pueden disolver hasta convertirse en simples muescas milimétricas.


Pocos días después, en planta, fue el cirujano quien se dignó a preguntar sobre aquellos nódulos a los radiólogos. Los neumólogos no estaban por la labor. Sinceramente creo que el caso de Nazaret le venía grande a un servicio regido solo por el control del pulmón. Y fue el cirujano quien nos confirmó que se trataban de restos de secuelas de los otros tromboembolismos, no eran metástasis. Llamara como lo llamase, mi visualización no había sido errada. Y eso me alegraba a la vez que me asustaba. Aprovechando la visita para comentarnos el resultado, le palpó el abdomen y se sorprendió gratamente al comprobar cómo había disminuido de tamaño y dureza toda la barriga, catalogándola casi como normal si no es por el “bulto del miedo” que, aunque más pequeño, se había tornado más pétreo.

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