viernes, 23 de diciembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 66, Almas Gemelas

"Los encuentros más importantes han sido planeados por las almas antes incluso, de que los cuerpos se hayan visto"
Paulo Coelho

A veces parece que está detrás mía, mientras escribo estas letras. Siento su presencia entre la música que nos envuelve y llego a percibir un susurro, su voz cálida y amorosa, tierna, sin poder comprender su lenguaje aún. A veces siento que un amor más grande de lo que yo puedo imaginar me rodea y me acaricia, me hace sentir plena y llena de mí y del mundo. Me hace descansar de mí misma y de todo...
Ese abrazo invisible me llena el vacío con aroma de lavanda y alivia el dolor al exteriorizarlo con lágrimas sanadoras. Algunos momentos tengo la fortuna de sentir la luz con la que me envolvía con más esplendor que nunca y entonces sonrío entre lágrimas porque sé que es ella. Siento su aliento como una leve brisa en la nuca, que me conecta con quien soy y me recuerda dónde está mi hogar y así se me olvida por un mágico instante el mundo en el que me hallo y desaparece ese pellizco en el estómago que me acompaña.

Poco ha cambiado, pues antes también nos comunicábamos sin hablar, conectadas a todos los niveles del ser. Sabíamos que nos elegimos desde el primer momento que supimos mirarnos, aquel que negaba nuestra mente y afirmaba nuestras almas. Después de muchos años de relación, el mero hecho de agarrarnos de la mano disparaba a nuestro espíritu a un torbellino de emociones, por eso buscábamos siempre el contacto. Desde el principio todo era misteriosamente conocido y desde el primer momento nos sentimos con la comodidad de mostrarnos vulnerables la una a la otra. También sabía como nadie hurgar en mi herida y yo en la suya para ambas sanarnos desde el amor. No compartíamos las mismas aficiones, pero veíamos el mundo con el mismo corazón y andábamos por la vida como una sola alma, fusionadas en almas gemelas.

Nazaret, aún en su pueblo, comenzó a orinar sangre roja y abundante junto con la aparición de fiebre. Sin dudarlo, acudieron ya de madrugada a las urgencias del hospital al que solíamos acudir en las últimas ocasiones. Tras bastantes horas de espera, donde le dio tiempo de beberse alrededor de 2 litros de agua, la orina se fue aclarando y la hematuria franca pasó a convertirse en orina algo manchada de sangre.

Cuando nos atendieron le realizaron de nuevo todas las pruebas que parecen ya de rutina con independencia del motivo de consulta: analítica, orina y radiografía (esto último era lo que más me llamaba la atención, la radiografía para una posible infección de orina). Los resultados confirmaron la infección de orina nuevamente. Yo estaba casi segura de que se trataba del mismo microorganismo que el que le encontraron en el abdomen con el absceso. Le pusieron un tratamiento antibiótico más agresivo y le tomaron muestra de cultivo donde días después se confirmaría que, nuestro conocido E. coli, seguía actuando de una forma no muy armónica en las entrañas de Nazaret. Dado su buen estado general y al no estar con quimioterapia ni otros fármacos que pudiesen agravar la infección por afectar al sistema inmune, nos dieron de alta.

Con el tratamiento, la sangre de la orina revertió y solo quedaron algunas molestias como escozor al orinar. Se recuperaba, como siempre, bastante rápido. Pero en aquella ocasión había algo que se nos escapaba, motivo por el que su mejoría no era completa como en otras ocasiones. A veces me pregunto si cerré los ojos y miré hacia otro lado o no supe ver. Su luz transmitía tanta vitalidad y tanta energía, que enmascaraba lo que su cuerpo gritaba y nadie, incluyendo a todos los profesionales por los que pasamos, supimos ver. ¿Qué querría hacer el E. coli en sus vías urinarias? ¿Estaría intentando, a través de esta nueva vía, terminar con los restos de detritus que quedasen en su cuerpo? ¿Sería la reparación de un conflicto de territorio como describe la biodescodificación? Ese síntoma apareció pocos días después de hacer oficialmente la mudanza.

Siguiendo las recomendaciones que nos dio el Dr. Herráez, y conociendo de forma indirecta a un buen terapeuta de Medicina Tradicional China en Madrid, solicitamos una cita para las próximas semanas. Mientras tanto, Nazaret se recuperaba en casa de la infección. A la par que su cansancio aumentaba, lo hacía también su luz y su brillo. La inspiración plasmada en sus cuentos mágicos, más angelicales que humanos, fluía por sus venas. Ella se llenaba de ella misma y de los seres que la acompañaban para seguir disfruntando de los regalos que le hacía la vida cada día. Los acogía, los acunaba y los mimaba como si fueran especiales y únicos, con la ilusión de quien recibe por primera vez un regalo, y con el agradecimiento de quien sabe que será el último.

Llegó el día de la cita con el neumólogo. El que más nos interesaba, pues era donde Nazaret sentía la mayor limitación en su cuerpo. A pesar de todos los informes que le presentamos y otros tantos que él tenía, no dio luz a nuestras dudas ni arreglo a su impotencia. Como siempre, sin apenas mirarle a los ojos, las actitudes se tomarían después de una batería de pruebas del pulmón. Así que, hasta que no se obtuviera el resultado de las mismas, el visto bueno para la operación al igual que algún remedio para sofocar su cansancio al caminar, quedarían aparcados.

A primeros de abril fuimos de nuevo a la casa de campo. Era un privilegio poder sentir la plenitud de su vida, transcendiendo más allá de la forma y siendo consciente de la vida que la anima, del misterio sagrado. Me encantaba entremezclarme con la naturaleza. Es una gran maestra para enseñarnos el camino al hogar, el letrero de salida de la prisión de nuestras mentes. Cuando conectas con la naturaleza te transmite algo de su esencia pues, ella descansa en el ser, completamente unificada con lo que es y con donde está. Las plantas, los animales o las rocas no se han separado del entramado de la totalidad, ni han reclamado una existencia separada: el “Yo”, como nosotros. Yo no creé mi cuerpo ni soy capaz de controlar las miles de funciones corporales que se producen a diario en él. En mi cuerpo opera una inteligencia mayor que mi mente. La misma que lo sustenta todo en la naturaleza y, para acercarme a esa inteligencia, rodeada entre árboles y animalillos, me hago más consciente de mi campo energético interno, de la presencia que reina en mi organismo. 

Cuando pienso reduzco la naturaleza en un bien de consumo, un medio del que conseguir beneficios, conocimiento o cualquier otro propósito práctico. Pero en el momento que eliminamos las etiquetas mentales se puede sentir la dimensión inefable de cualquier ser que no puede ser comprendida por el pensamiento. Eso ya me lo demuestra mi perra cuando me enseña que ella no es más que ella misma, con una enorme dignidad, inocencia y santidad.

Quedaban pocos días para mi cumpleaños y Nazaret quería celebrarlo con nuestros amigos. Raras veces lo hacíamos, sobre todo estos últimos años, pero supongo que, en lo más profundo de su alma, sabía que sería el último que pasaríamos juntas. Y ella continuaba celebrando todo lo que estaba viviendo, experimentando, descubriendo.

Por eso, acercándose la fecha de la boda de su hermano, decidió prepararse una canción para cantársela en la iglesia. Y cómo no, aquella que escogió fue “Gracias a la vida” de Mercedes Sosa. Sus cuerdas vocales despertaron en primavera y su voz brilló de nuevo como lo hacía ya su alma. Los profesionales le habían comentado que, debido a todas las intubaciones que sufrió, iba a ser muy difícil que pudiese volver a cantar. Pero ellos no sabían que Nazaret tenía superpoderes celestiales y podía cantar desde el espíritu y desde su amor por la vida, que todo lo puede, incluso volver a armonizar y modular aquellas notas musicales que salían a modo de vivos colores por su voz. “Gracias a la vida queme ha dado tanto… me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco… y en las multitudes la mujer que amo… Gracias a la vida queme ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados…”

Todos los días me sorprendía. Vivir a su lado era un espectáculo y una aventura. ¡Se sentía tan dichosa de poder cantar de nuevo…! Que había olvidado las molestias al orinar y que a penas podía caminar. Estaba fusionada con la vida, como la naturaleza, con las ofrendas de la cotidianidad, con aquello que podía encontrar nuevo y vivirlo como si fuese algo mágico e irrepetible, como oler la flor que se abre por primera vez, abrazar a un árbol nuevo o simplemente sentir cómo los rayos del sol aterciopelaban su cara. Hacía tan maravillosa la vida que los obstáculos a su lado no existían. Y aunque mi ego maleducado a veces fuese a contracorriente, su amor y paciencia tardaba poco en desarmarlo.


En una de las meditaciones que hizo me dijo que éramos almas gemelas. Yo la verdad no lo sé, pero tampoco me extrañaría porque tu alma gemela no es alguien que aparece en tu vida de forma sosegada. Tu alma gemela es alguien que viene a poner en duda hasta tu existencia, que cambia tu realidad y marca un antes y un después en tu vida. Y Nazaret, sin ser la persona que habría idealizado, sino alguien común, se las arregló para revolucionar mi mundo en un segundo.

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