"Los encuentros más importantes han sido planeados por las almas antes incluso, de que los cuerpos se hayan visto"
Paulo Coelho
A veces parece que está detrás mía, mientras escribo estas
letras. Siento su presencia entre la música que nos envuelve y llego a percibir
un susurro, su voz cálida y amorosa, tierna, sin poder comprender su lenguaje
aún. A veces siento que un amor más grande de lo que yo puedo imaginar me rodea
y me acaricia, me hace sentir plena y llena de mí y del mundo. Me hace
descansar de mí misma y de todo...
Ese abrazo invisible me llena el vacío con aroma
de lavanda y alivia el dolor al exteriorizarlo con lágrimas sanadoras. Algunos
momentos tengo la fortuna de sentir la luz con la que me envolvía con más
esplendor que nunca y entonces sonrío entre lágrimas porque sé que es ella. Siento
su aliento como una leve brisa en la nuca, que me conecta con quien soy y me
recuerda dónde está mi hogar y así se me olvida por un mágico instante el mundo
en el que me hallo y desaparece ese pellizco en el estómago que me acompaña.
Poco ha cambiado, pues antes también nos comunicábamos sin
hablar, conectadas a todos los niveles del ser. Sabíamos que nos elegimos desde
el primer momento que supimos mirarnos, aquel que negaba nuestra mente y
afirmaba nuestras almas. Después de muchos años de relación, el mero hecho de
agarrarnos de la mano disparaba a nuestro espíritu a un torbellino de emociones,
por eso buscábamos siempre el contacto. Desde el principio todo era
misteriosamente conocido y desde el primer momento nos sentimos con la
comodidad de mostrarnos vulnerables la una a la otra. También sabía como nadie
hurgar en mi herida y yo en la suya para ambas sanarnos desde el amor. No
compartíamos las mismas aficiones, pero veíamos el mundo con el mismo corazón y
andábamos por la vida como una sola alma, fusionadas en almas gemelas.
Nazaret, aún en su pueblo, comenzó a orinar sangre roja y
abundante junto con la aparición de fiebre. Sin dudarlo, acudieron ya de
madrugada a las urgencias del hospital al que solíamos acudir en las últimas
ocasiones. Tras bastantes horas de espera, donde le dio tiempo de beberse alrededor
de 2 litros de agua, la orina se fue aclarando y la hematuria franca pasó a
convertirse en orina algo manchada de sangre.
Cuando nos atendieron le realizaron de nuevo todas las
pruebas que parecen ya de rutina con independencia del motivo de consulta:
analítica, orina y radiografía (esto último era lo que más me llamaba la
atención, la radiografía para una posible infección de orina). Los resultados
confirmaron la infección de orina nuevamente. Yo estaba casi segura de que se trataba
del mismo microorganismo que el que le encontraron en el abdomen con el
absceso. Le pusieron un tratamiento antibiótico más agresivo y le tomaron
muestra de cultivo donde días después se confirmaría que, nuestro conocido E. coli, seguía actuando de una forma no
muy armónica en las entrañas de Nazaret. Dado su buen estado general y al no estar
con quimioterapia ni otros fármacos que pudiesen agravar la infección por afectar
al sistema inmune, nos dieron de alta.
Con el tratamiento, la sangre de la orina revertió y solo
quedaron algunas molestias como escozor al orinar. Se recuperaba, como siempre,
bastante rápido. Pero en aquella ocasión había algo que se nos escapaba, motivo
por el que su mejoría no era completa como en otras ocasiones. A veces me pregunto
si cerré los ojos y miré hacia otro lado o no supe ver. Su luz transmitía tanta
vitalidad y tanta energía, que enmascaraba lo que su cuerpo gritaba y nadie,
incluyendo a todos los profesionales por los que pasamos, supimos ver. ¿Qué querría hacer el E. coli en sus vías
urinarias? ¿Estaría intentando, a través de esta nueva vía, terminar con los
restos de detritus que quedasen en su cuerpo? ¿Sería la reparación de un
conflicto de territorio como describe la biodescodificación? Ese síntoma
apareció pocos días después de hacer oficialmente la mudanza.
Siguiendo las recomendaciones que nos dio el Dr. Herráez, y conociendo de forma indirecta
a un buen terapeuta de Medicina Tradicional China en Madrid, solicitamos una
cita para las próximas semanas. Mientras tanto, Nazaret se recuperaba en casa
de la infección. A la par que su cansancio aumentaba, lo hacía también su luz y
su brillo. La inspiración plasmada en sus cuentos mágicos, más angelicales que
humanos, fluía por sus venas. Ella se llenaba de ella misma y de los seres que
la acompañaban para seguir disfruntando de los regalos que le hacía la vida
cada día. Los acogía, los acunaba y los mimaba como si fueran especiales y
únicos, con la ilusión de quien recibe por primera vez un regalo, y con el
agradecimiento de quien sabe que será el último.
Llegó el día de la cita con el neumólogo. El que más nos
interesaba, pues era donde Nazaret sentía la mayor limitación en su cuerpo. A
pesar de todos los informes que le presentamos y otros tantos que él tenía, no
dio luz a nuestras dudas ni arreglo a su impotencia. Como siempre, sin apenas
mirarle a los ojos, las actitudes se tomarían después de una batería de pruebas
del pulmón. Así que, hasta que no se obtuviera el resultado de las mismas, el
visto bueno para la operación al igual que algún remedio para sofocar su
cansancio al caminar, quedarían aparcados.
A primeros de abril fuimos de nuevo a la casa de campo. Era
un privilegio poder sentir la plenitud de su vida, transcendiendo más allá de
la forma y siendo consciente de la vida que la anima, del misterio sagrado. Me
encantaba entremezclarme con la naturaleza. Es una gran maestra para enseñarnos
el camino al hogar, el letrero de salida de la prisión de nuestras mentes.
Cuando conectas con la naturaleza te transmite algo de su esencia pues, ella
descansa en el ser, completamente unificada con lo que es y con donde está. Las
plantas, los animales o las rocas no se han separado del entramado de la totalidad,
ni han reclamado una existencia separada: el “Yo”, como nosotros. Yo no creé mi
cuerpo ni soy capaz de controlar las miles de funciones corporales que se
producen a diario en él. En mi cuerpo opera una inteligencia mayor que mi mente.
La misma que lo sustenta todo en la naturaleza y, para acercarme a esa
inteligencia, rodeada entre árboles y animalillos, me hago más consciente de mi campo
energético interno, de la presencia que reina en mi organismo.
Cuando pienso
reduzco la naturaleza en un bien de consumo, un medio del que conseguir
beneficios, conocimiento o cualquier otro propósito práctico. Pero en el
momento que eliminamos las etiquetas mentales se puede sentir la dimensión inefable
de cualquier ser que no puede ser comprendida por el pensamiento. Eso ya me lo
demuestra mi perra cuando me enseña que ella no es más que ella misma, con una
enorme dignidad, inocencia y santidad.
Quedaban pocos días para mi cumpleaños y Nazaret quería
celebrarlo con nuestros amigos. Raras veces lo hacíamos, sobre todo estos
últimos años, pero supongo que, en lo más profundo de su alma, sabía que sería
el último que pasaríamos juntas. Y ella continuaba celebrando todo lo que estaba
viviendo, experimentando, descubriendo.
Por eso, acercándose la fecha de la boda de su hermano,
decidió prepararse una canción para cantársela en la iglesia. Y cómo no,
aquella que escogió fue “Gracias a la
vida” de Mercedes Sosa. Sus cuerdas vocales despertaron en primavera y su
voz brilló de nuevo como lo hacía ya su alma. Los profesionales le habían
comentado que, debido a todas las intubaciones que sufrió, iba a ser muy
difícil que pudiese volver a cantar. Pero ellos no sabían que Nazaret tenía
superpoderes celestiales y podía cantar desde el espíritu y desde su amor por
la vida, que todo lo puede, incluso volver a armonizar y modular aquellas notas
musicales que salían a modo de vivos colores por su voz. “Gracias a la vida queme ha dado tanto… me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco… y en las multitudes la mujer que amo… Gracias a la vida queme ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados…”
Todos los días me sorprendía. Vivir a su lado era un
espectáculo y una aventura. ¡Se sentía
tan dichosa de poder cantar de nuevo…! Que había olvidado las molestias al
orinar y que a penas podía caminar. Estaba fusionada con la vida, como la
naturaleza, con las ofrendas de la cotidianidad, con aquello que podía
encontrar nuevo y vivirlo como si fuese algo mágico e irrepetible, como oler la
flor que se abre por primera vez, abrazar a un árbol nuevo o simplemente sentir
cómo los rayos del sol aterciopelaban su cara. Hacía tan maravillosa la vida
que los obstáculos a su lado no existían. Y aunque mi ego maleducado a veces
fuese a contracorriente, su amor y paciencia tardaba poco en desarmarlo.
En una de las meditaciones que hizo me dijo que éramos almas gemelas. Yo la verdad no lo sé,
pero tampoco me extrañaría porque tu alma gemela no es alguien que aparece en
tu vida de forma sosegada. Tu alma gemela es alguien que viene a poner en duda
hasta tu existencia, que cambia tu realidad y marca un antes y un después en tu
vida. Y Nazaret, sin ser la persona que habría idealizado, sino alguien común,
se las arregló para revolucionar mi mundo en un segundo.
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