"No hay ser humano, por cobarde que sea, que no pueda convertirse en héroe por amor"
Platón
Ser una heroína es
identificar que aquello que está actuando en ti es tu ego y transformarlo para
que sea tu aliado, tirarse al fango sin que nadie más que tú misma sea quien te
rescate. Ser una heroína es saber que cuando sientes que todo termina, aceptas
y te sueltas dejándote llevar por los ciclos de la vida para que comience la
verdadera transformación...
Ser una heroína es percibir la vida de plantas, rocas y animales más
allá del darse cuenta de su presencia, sentir lo que tienen para ti mientras
caminas en silencio, mientras veneras todo por donde pisas; es conectarse con tu ser a pesar de las distracciones y las zancadillas que tú misma te pones mientras reconocemos que la culpa no fue de otros ajenos a nosotros mismos.
Una verdadera
heroína es aquella que en los momentos de crisis, aún con lágrimas en los ojos,
decide no traicionar ni traicionarse, sino respirar desde lo más hondo de su
pecho y dejar fluir a la vida. Una superheroína era Nazaret a diario, pues,
asomada al balcón de su alma, pintaba de colores los días más grises y adornaba
con sonrisas las noches más dolorosas.
En plena Semana
Santa teníamos previsto un nuevo curso de meditación con la terapeuta que
conocimos en Zaragoza, que bajaba de nuevo a la casa de campo de Nazaret. Esta
vez con menos gente, pero con la misma ilusión del reencuentro y el mismo aire de transformación. Nazaret ya se
encontraba allí, disfrutando del canto de los pájaros, de la brisa primaveral
con olor a eucalipto y jacaranda. Y, de forma relajada y profunda pudo
comprender lo que la vida le estaba mostrando, dejándolo reflejado en estas
líneas:
“Hoy la Nazaret anciana se reencuentra con la joven.
Lo que fui ayer con lo soy hoy aquí, para seguir adelante. Para vivir en esta vida
siendo aún joven pero con la sabiduría de la anciana. Confiando en los ciclos,
esos que he visto repetidamente; y en la naturaleza a la que he visto
crecer, transformarse, renacer. Ella que tantas veces cayó con la tormenta, se
apagó con el fuego... pero que siempre ha sabido resurgir como un fénix. Hoy
decido que mi primavera comience, que florezca en mí la vida, mi vida; que todo
salga de este invierno de letargo, que la luz que llena los campos de color me
acompañe para llenar mi sendero.
Confío con la ilusión y el ánimo de la joven y la
paciencia y el tesón de la anciana.
Hoy la luna llena marca el fin del ayer y la entrada
de la primavera el comienzo del hoy.”
En
el curso de meditación pudimos viajar a la octava y a la novena dimensión y
conocer a seres de los que jamás había imaginado, sentir con el vello erizado
sensaciones tan reales como indescriptibles, disfrutar de la percepción
extrasensorial que te ofrece la posibilidad de sumar tu energía a las de otras
personas para que el todo sea más pontente, más vívido, más intenso. Allí
recibí un mensaje de mi presencia Yo Soy: “sanarás
con la voz”, el cuál estoy procesando y dejando fluir para ver hacia donde
me conduce.
Nazaret estaba más entusiasmada que ninguna del resto del grupo al
ser la alumna más aventajada. Pero comenzó a sufrir un dolor agudo en el tórax
que le impedía tomar aire de forma profunda. Y a los pocos días, se sumó a los
síntomas unas molestias al orinar. Habíamos aprendido a no asustarnos y yo, que ya no huía ante
sus nuevas inclemencias, la exploré para confirmar que el dolor al respirar era
una contractura y las molestias al orinar una infección de orina.
La
contractura le duró varios angustiosos días, pues ni siquiera podía dormir ya
que el decúbito empeoraba su dolor, sobre todo cuando dormía profundamente y
respiraba de esa misma forma, motivo que le hacía despertar bruscamente atravesada
por una lanza en el costado. Entre analgésicos y fisioterapia el dolor le concedió una tregua para que volviese a inspirar el olor del jazmín con toda la libertad de sus bronquios. Para
la infección de orina comenzamos con remedios naturales como los frutos rojos,
infusiones, baños de asiento y emplastes. Ambas sabíamos del papel de los
microorganismos en la recuperación y de lo que acontecía si cortábamos ese
proceso con antibióticos. Sin embargo, la clínica no mejoraba con las otras
medidas, sentía bastante dolor al orinar. Llegó un momento que el dolor era más
acentuado y difícil de sobrellevar, instante en el que decidimos prescribir el
antibiótico, pues si bien sabíamos que no era lo ideal, no encontramos otra
manera de aliviar aquella dolencia. Los síntomas remitieron parcialmente con el
antibiótico y el Sábado Santo, mientras yo estaba de guardia, ella disfrutó de
la compañía de sus amigas entre flores y aguas cristalinas, arropada por las
hojas nuevas que brotaban de la savia floreciente primaveral y protegida por la red de amor que habían formado todas sus amigas a su
alrededor.
La
paciencia y el tesón con la que Nazaret vivía los nuevos tropiezos me
maravillaba. Me hacía pensar que cada vez era menos humana y más una superheroína. Ya
hasta ni le gustaban las alcachofas, como uno de sus libros favoritos titulado “Los superhéroes odian las alcachofas”.
Sentía que aquello que estaba viviendo era único, irrepetible. Percibía cómo
estaba floreciendo, cómo algo precioso estaba empezando de nuevo en nosotras,
en ella. La sentía tan fuerte que sabía podría con cualquier adversidad. Y eso
me llenaba a mí aún más, en el ejemplo de lo que veía que podía ser. Y al
llenarme me hacía feliz y me daba más fuerza para seguir amando cada día que
llegase. Nazaret, como buena superheroína era capaz de volar a cualquier punto del Universo y volver mientras meditaba. Tenía la fuerza para levantarme con solo pestañear, de encontrar y reparar mis heridas con su visión láser, de teletransportarme a otros planetas desconocidos a través de su voz y de volverme a la vida con una caricia.
Hay días que
sentimos que algo extraño a nosotros nos invade y no nos deja ser quienes
somos. Es una sensación de no ser tú mismo, como ocurre con el Dr. Jekyll y Mr.
Hyde, que te asalta, te recorre por dentro, en lo más profundo, haciéndote
sentir incómodo contigo mismo y con los demás. Intentamos buscar una
explicación, pero nada fuera ha cambiado. Todo está igual que ayer. Intentamos
ponerle nombre a aquel cúmulo de sensaciones y emociones que no conocemos, pero no siempre
lo conseguimos.
A veces asusta
tanto que preferimos entretenernos con lo que sea y no saber. Dejarlo ir. Ahí
es cuando perdemos la oportunidad de mirar a esa figura negra que nos acecha
por la espalda, grande, mientras intentamos caminar entre la noche
invernal alumbrados por un pequeño candil en mano como única fuente de luz. Esa
figura, ese desconocido que nos remueve las entrañas, somos nosotros, nuestra
parte oculta que hemos sepultado durante años y años pero que se hace ver
cuando menos te lo esperas, de la forma más insospechada y cuando menos lo
deseas.
Aunque la sombra sea enorme, siempre disponemos de la luz
de nuestro candil, de nuestra conciencia que, aunque pequeña, cuando estemos
preparados para girarnos, será suficiente para iluminar a aquel fantasma que
siempre había estado detrás nuestra y nunca nos habíamos atrevido a mirarlo.
Así comprenderemos verdaderamente el lazo que une a la sombra con las
profundidades olvidadas del alma, de la vida y su relación con lo divino y lo
creativo. Por eso, cuando sintamos que algo ajeno nos invade, no huyamos de él.
Parémonos y dejemos que nos diga lo que tiene para nosotros. Aunque a veces sea el silencio lo que reina y
no consigas entender el idioma en el que te habla, siempre tendrás la certeza
de que la paz volverá contigo al detenerte. Y la próxima vez que venga, tendrás
otra oportunidad para conocer el regalo que hay envuelto en el mensaje.
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