lunes, 28 de noviembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 55, Sanando con Música

"Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo"
Lao Tsé

La música es ese lugar donde todos coincidimos alguna vez para convertir el arte de vivir en una obra de arte, para aliñar el sonido de una noche de luna llena y velas. Cuando escuchas una melodía que te llega al alma todas las puertas de tu ser se abren y miles de colores estallan a tu alrededor...

Nazaret se había convertido en el instrumento de su propia música, y tocaba al son de su baile con la vida. Era la compositora de sus notas musicales y había venido a este mundo para iluminar almas, desterrar soledades y perdonar los errores. Eterna, tanto como su sonrisa, compañera leal de esta y otras vidas, en su voz se escondía un enorme sol capaz de abrigar a los más fríos corazones. 

Su música me protegía frente toda adversidad oyendo su corazón repiquetear dentro de mis venas. Era el sonido del amor y el agradecimiento hecho materia lo que volaba alrededor de ella. Y cuando todo era ruido, ella se convertía en silencio para ascender tan alto que su música se convirtió en alma.

Tras cinco días de tratamiento antibiótico intravenoso, nos dieron de alta de nuevo. Seguíamos tranquilas, cada vez con menos miedos, cada vez más conectadas y cada vez más preparadas a ser lo que habíamos venido a ser. La vida nos ponía pruebas para confiar y para saltar al vacío con los ojos vendados. Nosotras cada vez las íbamos entendiendo más. Pero todavía quedarían algunas otras para instruirnos completamente.

En cuanto Nazaret llegó a casa, retomó sus paseos entre el rumor de las olas y el cobijo del cielo. Seguía cansada, así que la distancia que andaba era menor que días antes del ingreso. Pero aún así, con tenacidad, esfuerzo y constancia, consiguió romper su propia barrera y caminar un kilómetro diario. Le encantaba salir a pasear. Era todo un reto vivido desde el juego de las circunstancias que nos envolvían en cada momento. Y siempre bajaba con ilusión y alegría. Cuando conseguía superar o llegar a la distancia más larga que había caminado previamente se alababa. Cuando no llegaba, se animaba y se retaba con ella misma para el día siguiente. Siempre desde el juego, siempre desde el respeto a ella misma y siempre desde el amor.

En esos días encontró varios documentos, artículos y referencias sobre la curación a través de los sonidos. En Estados Unidos se estaba utilizando en algunos hospitales para el tratamiento del cáncer con exitosos y sorprendentes resultados, con el Dr. Gaynor como oncólogo abanderado de esta nueva terapia, que recabó maravillosas respuestas a nivel profesional y desastrosas consecuencias a nivel personal, costándole su propia vida.

Nazaret se puso en contacto con una terapeuta que usaba diferentes sonidos con sus diferentes frecuencias para la curación y, tras ponerla un poco en antecedentes y contarle su historia clínica, le envió un USB con sonidos sanadores relacionados con su patología y lo que consideraba necesario armonizar, junto con las instrucciones para su uso.

De nuevo otro muro se derribaba en mi mente empírica, pero ya estaba más aleccionada a no desprestigiar lo nuevo. Nunca había escuchado que los sonidos, algo tan intangible, insulso e insignificante hasta ese momento en mi vida, pudiese curar lo más mínimo. Pero podía tener su lógica, ya que somos vibración, igual que los sonidos. Y además, a través de las vibraciones ya se trataban algunas patologías como las piedras de riñón, por lo que no era muy disparatado. 

Creo que la experiencia con los sonidos me hizo ser consciente de lo unidos que estamos todos y todo, conformando cada uno de nosotros un hilo del gran tapiz tan complejo y colorido, que forma el universo. Aunque solo seamos una hebra dentro de su inmensidad, formamos parte integral del diseño y esto implica que afectamos con nuestros propósitos a la vida de los demás. Si nuestra hebra tiene otra textura diferente al resto, o ha tenido que anudarse porque se ha roto o el color se está desvaneciendo debido a nuestros pensamientos, emociones y acciones, afectará sin duda al gran tapiz de la vida. Muchas veces nos quedamos enredados en las menudencias, queriendo buscar explicación a todo. Podemos darle la vuelta al tapiz, mirar cómo se cruzaron los hilos de forma meticulosa hasta alcanzar con exactitud el itinerario de cada hilo, pero así nunca disfrutarás de la bella imagen que crearon. Sólo cambiando la perspectiva de querer tener todas las respuestas podrás maravillarte de cuadro completo. Y ese trabajo posiblemente sea uno para toda mi vida.

No era por casualidad que Nazaret fuese profesora de música, ni que fuesen notas musicales lo que emanaba del pentagrama de su corazón. Se estaba preparando para poder disfrutar después de la comprensión final del puzzle, y poder observarlo al completo.

No es que ella interpretase la música. Ella era la música que se interpretaba a sí misma. El sonido forma parte de la luz porque ambos transportan información. Ella, de forma inconsciente, sabía que cuando permitimos que el sonido se mueva a través de nosotros, éste abre una puerta y permite que fluya hacia nuestro cuerpo y que se produzca una realineación molecular de la información. Aquella gente con la que había hablado, aquellos que le habían enviado su “carta de sonidos” adecuada a su vibración, conocían la importante herramienta de transformación que es el sonido. Puede penetrar en cualquier sustancia, mover moléculas y reordenar realidades. Puede quedarse almacenado en nuestros huesos, para que, siempre que queramos, podamos acudir a la información ya que se ha integrado con nuestro ser.

En el antiguo Egipto, el símbolo que representaba la vida era, en realidad, un modulador de frecuencias. Miles de años antes de Cristo, ya conocían su importancia. Cuando se emiten sonidos en grupo, permitimos que distintas melodías y energías utilicen nuestros cuerpos físicos, a modo de transistores, como oportunidad para representarse a sí mismas en el planeta como la fuerza de vida que son.

Nazaret se había aceptado plenamente. Esta última piedra en el camino no había mermado todo lo que sentía desde que despertó meses atrás en la UCI. Para ella no había enfermedad en su cuerpo, sólo reajustes de todas las batallas ganadas. Pero a la vez, había integrado que si moría ese mismo día, lo aceptaría con gratitud, pues se sentía la más afortunada por continuar disfrutando de respirar, de ver, de tocar, de sentir, de percibir, de saborear, de escribir, de escuchar.... Y, mientras siguiera en la Tierra, continuaría llena de gozo y entusiasmo. Identificada no sólo con su cuerpo, sino con todo lo que conforma el mundo: otras personas, la lluvia, el barro, un pájaro, las olas, el viento… era todo y nada a la vez. Cuanto mayor era su disfrute y mayor su entusiasmo, más expandía su conciencia y más amor era capaz de sentir y transmitir. Había accedido a la creatividad y al espíritu después de haber trabajado con ella misma para superar los obstáculos que le estaba presentando la vida. Y el resultado de aquella nueva melodía lo plasmaría pocas semanas después.


Para poder experimentar lo que Nazaret había introspeccionado como suyo ya, solo era necesario tener la conciencia despierta. El amor es el motor que es capaz de llevarte a un nivel de vibración mucho más alto, lo que implica más expansión de conciencia, en un ciclo precioso, emocionante e intrigante sin fin. Era la mejor forma de llegar a la cumbre, sentir por ti mismo, descubrir los entresijos tapados por el polvo de los años sobre los años. Porque cuando uno experimenta por sí mismo, ya no tiene que creer a ciegas lo que otro dice. Y los “maestros” se quedan al margen, reservados para momentos puntuales donde se necesite consejo, para convertirte tú en tu propio maestro a través de tu mejor guía espiritual: tu corazón.

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