" A veces amar es soltar, aunque parezca morir"
Brando
Cuando creas que la vida te para, mira en tu interior. Llega
al núcleo de tu ser, la parte de ti que es puro espíritu. Cuando consigues
acceder a tu luz pura, las limitaciones se van desprendiendo una a una y llega
un momento en el que te sientes seguro, sano, completo, sin nada que temer ni
nada que esconder. Solo tú...
No importa lo que esté sucediendo en tu vida, ni lo
difícil que pueda resultarte tomar una bocanada de aire, en el centro mismo de
tu ser estás a salvo, hasta de ti mismo. Contempla tus manos un instante y
siente tu fuerza y tu poder en esa prolongación del cuerpo inundado por el
espíritu, regido por el alma pura que eres. No escondas tu luz tan bella una
vida tras otra. Brilla al recordar que eres amor, energía, alma. Deja que
resplandezca tu luz, que tus manos manifiesten lo que las palabras no han
aprendido aún. Y vive desde la fe del que confía en su plan divino aún sin
conocerlo.
Una vez por semana se acercaban por la planta de oncología
voluntarias ofreciéndote la posibilidad de charlar con ellas y hacerte Reiki.
Nosotras ya conocíamos esta doctrina por una amiga que la practicaba. A Nazaret
le pareció interesante y accedió a que le practicasen Reiki. Curiosamente
también se lo hacían a familiares y cuando me preguntaron si yo quería, le
respondí de forma afirmativa sin dudar, total no tenía nada que perder. La
sesión con Nazaret la hizo a pie de cama, con su compañera de habitación, una
señora que entraba a su madurez con metástasis por un melanoma en el ojo y cuya
quimioterapia casi le cuesta la vida por una hemorragia digestiva baja. A mí me
llevaron a una especie de sala que tienen en esa misma planta, donde dan
sesiones pues está equipada con una camilla, y charlas diversas.
Cuando terminó el trabajo con Nazaret se sorprendió de lo que
todos ya habíamos visto y comprobado: era luz, tenía un aura preciosa,
desprendía más energía de la que podían administrarle y estaba sanada. Sin yo
preguntarle a la terapeuta, tuvo el apremio de decírmelo y así, supongo, estar
más tranquila para mi sesión. En la habitación se podía comprobar cómo la unión
de la energía de la terapeuta y Nazaret formaba un canal indescriptible con
palabras pero sí con emociones. No pude presenciarlo, pero sí su compañera de
al lado, más objetiva que yo, quien me contó que, por un momento, el miedo a la
muerte había desaparecido, estaba en paz, feliz, llena de un amor dulce. Y sin
poder contener esta nueva sensación, pues no cabía en su alma, lloraba de
alegría.
Nazaret tuvo la necesidad de levantarse y coger de la mano a
su compañera emocionada, recibiendo entonces un impulso mayor que le hizo
sentir su piel verdadera, la que se escondía detrás de las gruesas capas de la
domesticación. Le confesó que siempre que habían entrado las terapeutas
preguntando si quería su ayuda, se había negado. Nunca había escuchado hablar
de esa disciplina y el oncólogo tampoco le había aconsejado que la practicase.
Así que ella, obediente al máximo para capear a la muerte hacia otro rincón del
mundo, sintió por primera vez desde que enfermó, una liberación del alma. Y,
entre sollozos, sonreía agradecida a Nazaret.
Pocos minutos más tarde fue mi turno. Acababa de hablar con
el jefe de servicio de oncología para preguntar por el resultado de la muestra
de anatomía patológica. Aún no había llegado el informe del otro hospital, pero
le llamarían en cuanto supiesen algo. Cualquier diagnóstico que resultase del
análisis de esa muestra hubiera sido para mí igual de inaceptable. Fuera cual
fuese el nombre me parecía una macabra broma, incluso una mentira que rechazaba
y negaba. A pesar de mis conocimientos en oncología, no había diagnóstico mejor
o peor porque todo carecía de sentido. El mundo parecía detenerse en esa
habitación. Y con todas estas emociones, sentimientos y actitudes, la terapeuta
de reiki comenzó a realizar su trabajo.
Al terminar la sesión, su cara estaba larga y preocupada. Me
miró fijamente durante unos segundos y me dijo: “Tú no estás bien. Precisas mucho trabajo nuestro. Tienes muchos
bloqueos y muy poca energía”. Estaba oscura, vivía como un zombi cuyo único
refugio era Nazaret, la única capaz de transmitirme la paz profunda del alma,
la única que me llevaba al verdadero hogar aunque confusa no supiera de lo que
me estaba hablando. Así que “la enferma
cuidaba de los sanos”, y nosotros, la ayudábamos en las acciones físicas
que ella no podía realizar aún.
En otro momento, no hubiera accedido a que alguien extraño
practicara el Reiki conmigo. Primero porque sepulté todo lo que tenía que ver
con lo intangible en el baúl del sótano y después porque creía que era una
pérdida de tiempo y tenía mucho que hacer. Tenía que ver cómo podía ayudar para
salvarle la vida a Nazaret cual ilusa. Pero ahora que sé que la materia no es
más que energía a baja velocidad, el reiki adquiere un nuevo sentido.
El reiki, como
cualquier terapia energética, es un camino que comienza desde el corazón, y era
precisamente lo que yo había abandonado desde hace mucho tiempo. Cultivando la
simiente que late en cada uno de nosotros podemos lograr acceder a la verdad
profunda que somos, al fuego purificador que se abre paso a través de nuestro
canal para recibir la energía que fluye del cosmos y, con nuestras manos,
cargarnos de lo eterno y disponerlo para equilibrarnos nosotros mismos y después,
si queremos y quieren, a otros. Todos podemos ser canalizadores de energía con
entrenamiento, paciencia y perseverancia. Y esto puede explicarse hasta
científicamente, con física cuántica. A nivel subatómico, microscópico, todos
los objetos del universo físico están íntimamente conectados entre sí. Y todos son
todos, sin excepciones, así que estamos conectados con todos y todo. De hecho,
se ha constatado que no existen los objetos en el mundo, sólo vibraciones de
energía y relaciones. El significado que adquiere este nuevo paradigma, es que
es imposible buscar la realidad más pequeña, microscópica del universo sin
utilizar la consciencia.
Según el científico con el que hables, la consciencia puede
ser el mayor misterio al que se enfrenta la ciencia o algo bastante trivial y
que no merece prestar atención. El auge del método científico basado únicamente
en el empirismo de lo físico y tangible, un proceso característico de los
últimos 400 años, representa un problema de primera magnitud: perder el
contacto con el profundo misterio que reside en el centro de la existencia,
nuestra consciencia.
Nuestra ceguera sobre todo lo que sea diferente al progreso
exponencial en ciencia y tecnología nos ha dejado a muchos de nosotros vacíos,
sin saber cómo encajar nuestras vidas en el gran tapiz del universo para toda
la eternidad. Quienes afirman que no existen evidencias que apoyen la
existencia de la consciencia expandida, a pesar de las abrumadoras pruebas en
sentido contrario, exhiben una ignorancia premeditada, al creer conocer la
verdad por seguir los límites impuestos generaciones atrás, sin necesidad de
examinar los hechos. Hasta lo que menos sospechemos, es cuántico, por ejemplo
algo tan físico y necesario como nuestro ADN.
Existen estudios al respecto que lo corroboran, uno de ellos
realizado al propio ejército de los Estados Unidos. Les tomaron muestras de ADN
a los soldados y las colocaron a 100 metros de distancia de ellos mismos. Los
sometieron a imágenes de alto impacto emocional, ya fuesen negativas o
positivas y, en tiempo cero, el ADN que estaba a 100 metros de distancia de
cada uno de ellos reaccionaba de acuerdo a las imágenes que estaban viendo los
soldados. Pocos años después volvieron a realizar el experimento pero
aumentando la distancia a 5000 kilómetros y obtuvieron el mismo resultado. ¿Cómo es posible que sólo con las emociones
lo que nos conforma en esencia como humanos, el ADN, se modifique? ¿Y cómo se
puede transformar desde la distancia? ¿Qué tipo de energía o vibración movemos?
¿Y que podemos llegar a ser si aprendemos a manejarla con consciencia?
La vida mueve la energía universal para que se transforme en
nuestra energía vital a través de una senda larga, pero cargada de retos para
el valiente que se atreva a cambiar la supervivencia por vivencia, para el que
dude de todo lo que le han contado, leído y escuchado, y con el corazón abierto
se decida a experimentar lo que su alma le dicta. La energía vital siempre
estará dispuesta a impulsar la fuerza de tu espíritu, pero recuerda que si tus
manos no van al compás de tu alma, tu luz permanecerá escondida esperando que
tus ojos le abran la verdadera puerta.
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