lunes, 3 de octubre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 32, La otra cara del cáncer



"Una de las razones por la que la gente se resiste a cambiar es porque se enfocan en lo que tienen que renunciar, en vez de lo que tienen por ganar"
Anónimo

La vida está llena de misterio. De repente giras la cabeza a un lado y eres consciente de que andas subido en un tren, el de la vida. No sabes cómo apareciste allí, pero intuyes que llevas desde antes de tener consciencia en él. El tren nunca está estático. Sólo para de vez en cuando en algunos andenes donde tienes que despedirte de los pasajeros que se han bajado y abrazar a aquellos que deciden subirse por primera vez, aunque aún no lo sepan...


A veces el tren va muy rápido, y parece que la vida corre siempre un paso por delante tuya hasta dejarte exhausto. Otras veces, el tren marcha lento, para que puedas disfrutar de los bellos paisajes que te rodean, para que descubras que aquello que ves por la ventanilla también eres tú. A veces su vaivén contínuo puede llegar a dormirte, entonces olvidas que estás subido en un tren y que, aunque cambies de vagón e intentes disfrazarte y mimetizarte con los pasajeros del nuevo vagón, el tren siempre será el mismo. A veces el tren se adentra en un oscuro y tenebroso túnel, dejándote paralizado, desvalido, pero ya sea más largo o corto, siempre lo deja atrás y vuelve a brillar el sol en tu cara. A veces descubres el destino del tren y entonces te sientes dichoso, pero nunca lo serás más que aquellos que deciden disfrutar tranquilos, serenos y en paz del trayecto.

Pasaron 15 días y la recuperación física de Nazaret fue apropiada para volver de nuevo a casa. Esta vez conducía de vuelta con mi tez ensombrecida, intentando mezclar en el coche los silencios que acompañan el coraje con las risas que custodian a la vida. Era viernes. En menos de una semana iríamos al oncólogo. Esa tarde y noche decidí permanecer callada. No quería romper la alegría que suponía regresar al hogar, haber superado de nuevo a la muerte tras verla cara a cara.

El sábado por la mañana, enrollada entre las sábanas de un nuevo amanecer, me decidí a explicarle sin omisiones, sin restricciones ni vetos, todo lo que conocía. No sabía por donde empezar. A veces pensaba que hacerme cargo de revelar esa noticia era demasiado para mí. Esas palabras estaban cargadas de dolor, de amargura, de desesperanza, de agonía, de lamentos al cielo… No era fácil saber cómo y por dónde empezar. No sabía si tendría la suficiente fuerza para pronunciar aquel dictamen, ni si estaríamos preparadas, yo para contarlo desde lo más profundo de mi corazón y ella para soportarlo. Me cargué de todo el amor que tenía, del sonido de la compasión, del color de la vida. Se lo dije, lo vomité como algo que se había pegado a mis vísceras e intentaba consumirme, como el peso más grande que jamás había soportado.

Ella simplemente me miró, con sus ojos tiernos de nubes y su sonrisa de azahar, sin desdibujarse ni un ápice, y aceptó la noticia con valentía desde el conocimiento de sentirse todo con el mundo. “No te preocupes mi vida” me respondió, “la vida me ha estado mostrando muchas cosas y quiere seguir enseñándome más”. “Ya estoy sanada. Sea lo que sea, tenga el nombre que tenga, ya estoy sanada”. “Adoro el regalo que la vida me ha dado de nuevo con esta oportunidad. Lo que tenga que venir ya vendrá”.  Ella no tenía otra herramienta que la palabra para transmitir todo aquello que sentía y había experimentado, para contar unas verdades que excedían con mucho la capacidadad de expresión de lo verbal. Era como tratar de escribir un libro con la mitad del alfabeto o intentar hablar en una lengua que desconoces. 

Simplemente lloraba ante su reacción. ¿Cómo era posible que existiese tanto amor? ¿Cómo, ante esta noticia, mostraba la serenidad y entereza de quién sólo puede ganar? Me maravillaba, me reconfortaba, me extasiaba y a la vez me noqueaba.

Acto seguido llamamos a su madre para compartir la notica con ella. Su madre representaba nuestro otro gran pilar y para ambas era crucial que lo supiera. Su entereza y su fuerza no era menor que la de su hija, intuyendo de dónde venían aquellas palabras y actos que habían pasado tanto tiempo dormidos en Nazaret.



En ese momento me enseñó otra gran lección. Para la mayoría de la sociedad la palabra cáncer es sinónimo de muerte. Ella me mostró que no significa tal cosa. El cáncer es una oportunidad para conocernos, para descubrirnos, para crecer tú misma y a su vez todos los que te rodean. Es tiempo de recogimiento, de conexión con uno mismo para revisar la propia vida, tiempo de autogestación y transformación. 

Cualquier enfermedad grave no es una condena, sino una posibilidad. La puerta y el empuje hacia tu nueva vida, la verdadera, que ha estado dormida todos estos años. La llave hacia la aventura de vivir y darse sin prejuicios, sólo con la seguridad que da el amor. Para la mayoría el cáncer es sinónimo de cárcel, pero Nazaret era el ejemplo vivo de que significaba todo lo contrario. El cáncer estaba siendo su liberación. Una liberación de sus propias cadenas que, con los años y de forma inconsciente, había impuesto a su alma. 

No hay que temer a la palabra cáncer. ¡Seamos libres! ¡No huyamos! Sé que no es fácil. Sé que es muy diferente acompañarlo que experimentarlo. Pero el vivir con miedo no va a hacer que todo desaparezca, sólo nos puede evadir temporalmente. Después vendrá con toda la fuerza para sepultarnos aún más. Es lo que yo viví al principio, hasta que Nazaret me enseñó que había otro camino, el de la vida. Puedes elegir en transformarte mediante el dolor y las crisis o puedes instalarte en la amargura, la tristeza y la desolación, abandonada en actitud de víctima. 

Vivamos la oportunidad del presente, porque lo que nos tenga que ocurrir, ocurrirá, y entonces, si no has agarrado lo que la vida te ha dado, te irás de todas formas, pero habiendo rechazado los regalos que te ofrecieron y con el miedo como mortaja. 

Nadie habla de la otra cara del cáncer, aquella que te hace levantarte de la silla, valorar cada instante, amar a todos sin condición, olvidar lo que te oprime, perdonar, apreciar que respiras, sentir el aire rozando tu piel y el sol calentando tu cuerpo, cambiar los ceros de la cuenta bancaria por un "te quiero", disfrutar de las caricias y abrazos de las personas que más quieres, ver con ojos renovados aquellos detalles que antes pasaban desapercibidos y ahora te llenan el alma. Nadie habla de la otra cara del cáncer, pero existe. Nazaret me la enseñó.

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