lunes, 26 de septiembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 29, Cicatrices

"Yo no soy lo que me ha ocurrido. Yo soy lo que elijo ser"
Carl Jung

Como dijo Goethe, "el alma del hombre es como el agua. Viene del cielo, se eleva hacia el cielo y vuelve después a la Tierra, en un eterno ciclo". Nazaret había subido al cielo y bajado en una misma vida y se estaba preparando para su transformación en nube. La nube no puede morir, sólo cambia de estado. Puede que se convierta en lluvia, en granizo, en nieve, que se vaya y vuelva transformada de nuevo, pero nunca desaparece, nunca muere...

Hay cicatrices que duelen más por dentro que por fuera. Y que se quedan visibles para recordarte que un día, cuando pensabas que no podías más y que tu sufrimiento era más fuerte que tu herida, todo terminó. Y dejó de derramarse tu alma por tu piel, quedando como testigo el vestigio de la cicatriz para que cuando la mires desaparezcan tus miedos, pues venciste tu. Hay cicatrices que pintan tu cuerpo de arcoíris y lo moldean para recomponerlo en algo sagrado, como un tronco retorcido del que sigue brotando la vida. Hay cicatrices superficiales que te atraviesan las entrañas pues saben afinar la puntería donde dañar  más y otras muy profundas que te hacen dejar huella al pisar con fuerza el suelo para comenzar a volar. Hay cicatrices con sabores, dulces cuando conseguiste que esa historia te hiciera vibrar con tu Ser y amargas cuando sólo el vacío nos puede consolar. Hay cicatrices que son el reflejo de tus sombras, pasadas, ya vencidas y otras que al rozarlas te convierten en un faro luminoso. Hay cicatrices que cambian con el tiempo, y se empequeñecen, queriendo mimetizarse con nuestro cuerpo. Pero ninguna desaparece por completo, para que un día, cuando la miremos, no olvidemos que esa cicatriz no somos sólo nosotros, sino todo el amor de los que estuvieron para cerrarla, incluyendo a la misma persona que la abrió.

Aún permaneció tres días más en la UCI estando consciente. Seguían realizándole los controles de heparina de forma muy exhaustiva. El primer día de su despertar decidieron destapar la herida. Ya estaba más estable. Tenían que ver cómo se encontraba la sutura y de qué forma ahondar en sus entrañas para comprobar la repercusión de la intervención. El pegamento del esparadrapo le hizo dos quemaduras de segundo grado en los laterales, no sabemos si por un componente alérgico o por llevar tanto tiempo sin destapar, o quizá ambas. La herida estaba bastante bien, una cicatriz supraumbilical hasta la sínfisis del pubis se amoldaba a su cuerpo para fusionarse con la antigua que terminaba en el esternón, comunicando así sus vísceras con su corazón, en un lazo de infinita compasión. Para porder evaluar el abdomen usaron la ecografía. Quedaban muchos coágulos de sangre, que se habían formado en su interior de forma natural y espontánea para intentar dentener la hemorragia y que Nazaret pudiera tener otra oportunidad. Durante el segundo día de su vuelta a la realidad decidieron quitarle la sonda vesical, pues llevaba con ella una semana. El resultado fue que esa noche durmió la auxiliar al lado de su cama, pues cada media hora estaba pidiendo orinar. Su cuerpo se estaba deshinchando, y necesitaba eliminar todos los litros de líquidos que ya no necesitaba. Por eso, esa noche, casi llegó a orinar 6 litros, y los días posteriores alrededor de 5. Su cuerpo parecía responder de manera instantánea a la llamada de Nazaret a la normalidad, a nuestras plegarias y súplicas. Por tercera vez, ella había elegido quedarse con nosotros pero esta vez había regresado con el alma rebosando amor incondicional, compasión y esperanza, que trasmutaban los miedos, ansiedades y sufrimientos en alegría, en bendiciones, en agradecimiento… en la verdadera vida. Y con una sonrisa en su cara desde que despertó, nos dieron de alta de la UCI.

Ya en la habitación, las dos solas por la noche, yo intentaba introducir con muchos rodeos la palabra cáncer, de los tratamientos nuevos, de las opciones tan falsas pero que tan bien nos pintan de remisiones tras el yugo de la química galénica. Ella, por el contrario, me hablaba de que no tenía miedo a morir, porque había sido y era feliz, se sentía plena, conectada con la vida. Todo era un regalo. El poder abrir de nuevo los ojos y verme había sido un regalo, el disfrutar del amanecer, del atardecer, de los llantos de los bebés que calmaban las nuevas madres a nuestro lado, de la fragancia de una rosa, de la belleza en lo más pequeño… Estaba agradecida de esos pequeños detalles que convierten lo cotidiano en inolvidable. Todo eso a lo que yo no le daba importancia, mas siempre presentes, por su existencia o por su ausencia. En los detalles, me enseñó, es donde se guarda la magia de la sutileza, el mayor poder. Esa nueva cicatriz que surcaba casi todo su tronco, venía con un torrente de amor infinito, que la convertía en un faro de luz. 

Quería llevarme a algún espacio fuera de mi cuerpo, de mis límites imaginarios y de mis temores. Quería volver al lugar donde ella había estado, donde la esencia inundaba la realidad y todo era un acercamiento a la perfección lejana. Y yo, con mi mirada clavada en sus ojos de luz, de paz, de armonía, de coherencia, y tumbada en la cama, lloraba. Estaba empezando a romper los muros que aprisionaban a mi alma.

La primera lección fue ver que no sólo hay que agradecer las cosas bellas, las llegadas luminosas, las metas alcanzadas, los amores de cuento o los éxitos laborales. Ella agradecía su enfermedad porque le había conducido a donde, de otra manera, no hubiera podido llegar. ¿Qué pasaría si comenzáramos a agradecer las desgracias, las personas que nos hieren y los logros que no alcanzamos? En principio le dejaríamos bien claro al universo que somos capaces de dejar de ser egoístas, niños caprichosos que sólo son felices cuando las cosas salen como ellos quieren.

Después podríamos eliminar el falso valor de “malo” o negativo a los sucesos, abriendo la posibilidad de ver el aprendizaje que guardan para nosotros en lo más profundo de su ser. Los acontecimientos son simplemente eso mismo, acontecimientos; y no aparecen en nuestras vidas por casualidad ni en ese momento determinado por azar. ¿Qué pasaría si empezamos a tomar todo esto como enormes regalos que llegan a nosotros en una envoltura desagradable? Si los abriéramos y les fuésemos quitando capas como a la cebolla, descubriríamos pepitas de oro.


Si hiciéramos un recuento de todos los obsequios mal envueltos que han llegado a nuestra vida y viésemos todo lo bueno que nos han traído a final de cuentas, nos sorprendería. El verdadero obsequio está en la esencia y ésta, a veces se disfraza de catástrofe. Por eso hay que ser valiente y transitar en las oscuridades, pues en ellas se encuentran las semillas de la luz.

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