viernes, 5 de agosto de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 8, La ignorancia

"La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos"
Karl Popper


De vez en cuando llegaba a conectar un poco más con el medio. Su conciencia y ella, sin percatarse del cuerpo, sin saber que necesitaba una máquina que respirase por ella añadido al resto de aparataje, ni que tenía una cicatriz de más de 10 cm de longitud muy fresca en su abdomen. Yo, a su lado, inmóvil, sostenía la luz entre mis manos que un día nos había hecho brillar siendo UNO y que, ahora me tocaba mantenerla solo a mí. Esperando su respuesta, implorando que esa luz le guiara para volver de nuevo a este mundo. Entonces Nazaret rezaba a la Virgen del Rocío sin ser devota ni profesar religión alguna. Pero era de ella de quién se acordaba y a quién le pedía ayuda. Solamente una vez estuvimos en la ermita de El Rocío. Le pedimos que nos bendijera con un hijo. Y al mes ya se había concedido. Sus ojos anacarados seguían buscándose a sí misma, mientras dibujaban el amanecer a pesar de tantos días sin poderlo contemplar.

¿Dónde estuvo en los momentos de desconexión con el medio? ¿Qué ocurre cuando permanecemos tanto tiempo sedoanalgesiados? En los estados comatosos se ha comprobado cómo el cerebro es capaz de responder a diferentes estímulos, proveyendo una evidencia anatómica en la respuesta emocional a una voz familiar, en la que la amígdala y la ínsula parecen jugar un importante rol. Parecía que no iba muy mal encaminada al narrarle cuentos de fantasía y sal. Incluso me atrevería a añadir que, en estos estados, no solo la voz produce estímulos cerebrales; la simple presencia física es capaz de romper con el nirvana inducido si se conecta desde el corazón. Nazaret sabía perfectamente cuando estaba a su lado sin articular palabra, hecho que al principio me ponía muy nerviosa.

Llegó el ansiado momento de poder extubarla pues la mejoría había sido franca y su corazón aterciopelado ya empezaba a demostrarnos que estaba hecho de otra pasta. Empezaba a recuperar la función cardiaca. Las enfermeras me comentaron que si se ponía nerviosa mejor me quedase con ella y la tranquilizase, porque si no estaba tranquila no se podría desconectar de la ventilación mecánica. Así que me quedé. Error. No aprendía. Parecía que me gustaba tropezar con la misma piedra una y otra vez…


Cada vez Nazaret se encontraba más despierta y conectada con el medio para poder respirar de forma autónoma. El estado de sopor había terminado completamente al quitarle la sedación por completo. Volvía a reconocer sus ojos de nuevo, algo temerosos por no saber lo que le había pasado ni qué hacía allí, pero con confianza al escuchar nuestras palabras, al sentirse que todo iba bien, que no había nada que temer. Sus ojos me envolvían entre te quieros mientras yo tenía la suerte de poder articularlos. Sonreíamos desde el alma. Volvíamos a brillar siendo uno. Por gestos se señalaba el tubo que respiraba por ella y gesticulaba preguntándose hasta dónde había caído para que se le hubiese olvidado hasta respirar.

 Las instrucciones que recibí fueron hablarle y decirle que respirara como cuando buceábamos en las playas de Almería con snorquel, que estuviese tranquila y relajada. Que se dejara llevar por los recuerdos de aquellas tardes de cristal y roca rodeadas de poseidonias. Que aguantase. Así lo hice. Pero tuvimos un percance. Todo iba bien hasta que empezó a señalarse con la mano el área genital. Su imposibilidad de comunicarse de otra forma diferente que con las manos, la hizo ponerse muy nerviosa. Creía que pensaba que los bebés estaban mal. Cada vez se iba agitando y desaturando más y más. Conforme pasaban los segundos, su cara, más malva que rosa, nos decía que algo no iba bien.

Yo intentaba tranquilizarla y decirle que los niños estaban perfectos. Pero no había manera alguna de disminuir la dificultad respiratoria, la agitación y los gestos hacia el área genital. Se asfixiaba, como un pez cuando lo sacas del agua. Esa era la sensación que producía. Sus ojos querían salirse de las órbitas, abiertos hasta el infinito y con la mirada perdida allí, en otra realidad. En cada respiración las costillas parecían conocer a la columna vertebral, el pecho se hundía con profundidad y celeridad. De vez en cuando conseguía conectar conmigo. Me pedía ayuda, pero no sabía lo que quería, lo que necesitaba. No sabía si era algo físico que estaba experimentando, algo emocional relacionado con los bebés o siquiera conmigo… Fue muy impactante contemplar cómo se asfixiaba y, viendo su rostro sumido en la angustia, no poder preguntarle lo que le ocurría, ni ayudar de alguna forma. A la vez que aumentaba la agitación, disminuía su nivel de conciencia. No sabía dónde estaría el límite, cuánto tiempo podría soportar así… Hasta que todo terminó. Reiniciaron de nuevo la sedación. De nuevo permanecía tranquila y sosegada, como si llevara años inmersa en esa quietud. La besé. No se pudo extubar. A los pocos segundos realizó una deposición. Era por lo que estaba nerviosa. Quería decirnos que había aparecido esa necesidad y no podía contenerla.

Fue tan inoportuna la llegada de la deposición que por este motivo se tuvo que dejar conectada un día más al respirador. La deposición, no obstante, era buena señal, las tripas comenzaban a moverse tras cinco días en silencio y se descartaba otra complicación como el íleo paralítico (parálisis de los intestinos). Sin embargo las heces eran pura sangre. Toda la que había ingerido durante más de un día.


Hasta entonces fue la sensación más parecida que he visto en ella de agonía, de muerte inminente y sufrimiento (no real, claro). Tenía que estar allí y tenía que fracasar ese intento inicial de extubación para prepararme a lo que ocurriría meses después, donde esa sensación se iba a tornar más intensa, hasta multiplicarse por infinito. Los profesionales sanitarios no le dieron importancia a este hecho, ni siquiera se atisbaba un ápice de inquietud durante este proceso, tan traumático en lo más profundo de mi ser. Están acostumbrados a estas respuestas. Sin embargo, yo sufrí bastante por ignorante. Einstein decía algo así como que “sólo había 2 cosas infinitas en el mundo, una era el universo y la otra la estupidez humana… y de la primera no estaba muy seguro…” Ahí lo experimenté en primera persona. El desconocimiento de la reacción fisiológica que tuvo Nazaret me hizo sentir desolada. Todo entraba dentro de un abanico de respuestas posibles y “normales” ante una extubación. Yo lo sentí como un fracaso que casi le cuesta la vida, cambié bastante la realidad debido a mi desconocimiento y supongo, a mi implicación personal. 

La ignorancia es la antesala del miedo y del sufrimiento. Es una lápida que te ancla a la putrefacción de los patrones repetidos por nosotros mismos y por el inconsciente colectivo, que se nos manifiesta a través de los medios de comunicación de forma muy sutil. La ignorancia implica ser deshonestos con nosotros mismos cuando alguien desde el amor, se presta a ponerse el disfraz que necesitamos tener delante para descubrirnos. Y si somos deshonestos, nos desconectamos de nosotros mismos con todos los "por si…" (me quedo sola, sin dinero, sin familia…). En definitiva, imposibilita el dejar fluir de la vida y el comprender de las circunstancias como experimenté yo misma. Así que otro mito que cayó fue el de que "la ignorancia da la felicidad".

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