miércoles, 24 de agosto de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 16, Las dimensiones ocultas

"Si deseas ser un auténtico buscador de la verdad, es necesario que, al menos una vez en la vida, pongas en duda, en la medida de lo posible, todas las cosas"

René Descartes


“El que sabe algo de ciencia es ateo, el que sabe mucha ciencia cree en Dios”. La física cuántica se está acercando cada vez más a Dios. Hay bastantes hechos como el que explica el científico Álvaro de la Iglesia, que trabaja con el acelerador de partículas de Ginebra. Cuando lanzaban las partículas para que chocaran con el fin de analizar el impacto entre ellas para ayudar a vislumbrar el origen del big-ban, no conseguían nunca que chocasen. La conclusión a la que llegaron fue que el vacío absoluto no existe. El vacío vibra, la nada, el no ser, vibra. Para algunos, Dios, Alá… es “no ser”, vacío. La nada, aunque parezca incomprensible, es algo pues vibra...


En el cosmos hay una infinidad de dimensiones. La teoría de cuerdas es, en física cuántica, la que más ha avanzado en el ámbito de las dimensiones. Éstas se explican con el ejemplo de tirar una piedra al agua y observar las ondas que va haciendo. Cada onda es una dimensión y al igual que ocurre en el agua con la piedra, la creación se va expandiendo de la misma forma. La teoría M es un término paraguas donde se sintetizan y aúnan todas las teorías que conforman la teoría de cuerdas. Nos habla de la existencia de 11 dimensiones que se diferencian en función de su mayor o menor capacidad vibracional o pureza vibracional. Existe una dimensión con una vibración pura, después otra algo más densa, otra más pesada que la anterior y así hasta llegar a nuestra dimensión que, por cierto, es la tercera y de las más densas. Pues bien, todo este engranaje coincide con lo siguiente. La angeología, rama de la teología, estructura la creación en 11 planos o dimensiones según el libro de la “Jerarquía Celeste”, coincidiendo con la teoría de cuerdas y haciéndolo muchos años antes de este descubrimiento de la física cuántica. La única diferencia es la forma y el sentido que se les da a las dimensiones. En la teoría de cuerdas son simplemente números y en la religión son nombres: dimensión humana (la nuestra), después la de los ángeles, siguen la de arcángeles, potestades, querubines, serafines… y por último la divinidad pura. Ineresante, ¿verdad?. Es para reflexionar un poco.

No sabemos lo que somos, no sabemos qué es lo que nos rodea, no sabemos a lo que pertenecemos y por tanto, nuestro origen. Sin esta comprensión, no sirve de nada querer cumplir tu misión de vida, sentirte realizada, ser feliz… por que no sabes quién eres ni de dónde vienes. No sabes el pilar básico que no es lo que nos han hecho creer que es. Ahora comprendo que es más gratificante morir joven pero realizada plenamente, que de anciana con una vida que no sabes como ha pasado por ti, porque has vivido con el piloto automático. Cuando veía a Nazaret dormida siempre me paraba a pensar que ojalá fuese ella la abuelita sabia que muchos recuerdan entre sus familiares. Aceptar que se pudiera morir la persona que más quieres te aliviaba el sufrimiento pero no el dolor. Y lloraba porque quería que viviese, no porque creyese que se iba a morir. Pero ni dependía de mí, ni podía hacer nada más que no fuese acompañarla en el juego de la vida, echar nuestras cartas y ver lo que nos deparaba el universo. Quizá yo, tan sana como parecía me muriese antes porque fuese mi destino. No lo sabía y por eso, mientras llegaba el momento había que jugar. Y para jugar, prefería estar fuerte. Ese es el impedimento que veía en ella. Estaba débil, o yo era muy impaciente o quizá y lo más probable, es que fuesen ambas. Pero de espíritu siempre me sorprendía. Era energía pura, más fuerte que cualquiera de nosotros. Tenía sus días para recordarnos que no dejaba de ser una mortal, claro está. Pero en general, a pesar de todo, sus momentos de miedo eran menores en comparación con los que se encontraba tranquila y en conexión con el universo.  

Tenemos los ejemplos de que las casualidades no existen delante de nuestras propias narices. Si dividimos nuestra longitud o talla entre la medida que hay desde el ombligo hasta los pies, el número resultante es 1,618. Igualmente obtenemos esta cifra si dividimos lo que mide el total del brazo o pierna con respecto a la distancia del codo a la mano o la rodilla a los pies. Ese número mágico se llama Phi o número aureo. Se consideraba como el ideal de la belleza y se aproxima casi con exactitud a la sucesión de Fibonacci, que explica el desarrollo de fenómenos naturales a través de una secuencia numérica. Esta secuencia también está en el caparazón de los caracoles, en el grosor de las ramas, en las hojas de los árboles, en la cantidad de pétalos de las flores o de espirales de una piña, en estructuras de obras musicales de Mozart, Beethoven, Debussy, hasta se usa en la bolsa de Wall Street… La magia de la vida se expresa en cada lugar y en cada instante.

Cuando aterrizamos de nuevo en casa, estaba extenuada. Tareas tan habituales como ducharse era toda una odisea para ella, teniendo que tumbarse de nuevo en las sábanas aún calientes y dormirse después. Desayunaba en el dormitorio, porque no le acompañaban las fuerzas para bajar las escaleras hacia el salón. Sobre media mañana, una vez repuestas sus energías, se disponía a hacer un sobreesfuerzo: bajar al jardín. De manos finas y dedos largos, salían las caricias más tiernas que se podían recibir. Y con ellas, la certeza de que ese estado de saberse de cristal, no era más que algo pasajero.

Sin embargo, no era la falta de fuerza o resistencia lo que más le apenaba. Una secuela de la intubación fue la parálisis de una de las cuerdas vocales. El aire se le escapaba entre el espacio diminuto que se había creado, convirtiendo los agudos en graves, los bemoles en silencios y la melodía en disonancia. Ella, que ya cantaba desde antes de nacer, se veía atrapada entre lo que entonaba su corazón y el resultado en su garganta. Acudimos a otro nuevo especialista más, el otorrinolaringólogo. Le aconsejó terapia con un logopeda para su recuperación. Ella tenía aún otros frentes más vitales a los que plantar cara para poder acudir a la visita con el nuevo especialista. Tenía que poder aguantar una hora concentrada sin que Morfeo la reclamase.

La vida, imposible de parar, transcurría. Y en su movimiento lo tocaba todo, lo empujaba todo, sin importar hacia qué lugar. Durante esas semanas Nazaret pasaba tardes de playa con sus bebés y su madre, y noches de arena y espuma. La silla de ruedas fue una liberación. Con ella, las cadenas de sus piernas entumecidas y sus pulmones aún encontrando un hueco entre la sangre antojadiza para darle paso al oxígeno, se habían roto las limitaciones. Era feliz al poder recibir el sol más puro, al sentirse más humana con la mezcla de auras desconocidas que se cruzaban con ella, coartado cuando estaba en el hospital.


Los días que no le apetecía salir se sentaba en su mecedora, tranquila, abrazando su barriga como la galaxia al mundo. No faltaba día que no les cantase a los bebés. No era su mejor voz, pero sí la más sincera, la que toca al alma, la que te impulsa a tomar vuelo y seguir sin mirar atrás.

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