miércoles, 10 de agosto de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 10, La Rabia

"Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad"
Carl Jung


Las palabras brotan para conseguir elevarme, lejana a esa tristeza que a traición me invade; y me descubre, de forma inadvertida, una capacidad devastadora para sentir. No importa que la tristeza, tan antigua como el miedo, tan certera como la vida, conviva conmigo. La acojo en el abrazo de quien acepta lo que no entiende, pues comprendo que es la forma más segura de ver cara a cara mis propias sombras.

La noche en la ciudad se hacía densa. La inmensidad deshabitada que precede a los amaneceres cubría las calles. Deseaba que mis neuronas funcionasen con conexiones distintas a las que la relacionaban con mi mente racional y consciente, empecinada en definir todas las cosas hasta el último detalle. Simplemente anhelaba cultivar un sentimiento en lo más hondo de mí, y luego, un día, en un momento insospechado, experimentar la sobrecogedora sensación de saber, como si un tratado de miles de páginas se hubiese fusionado con mi esencia, en unos segundos de divino éxtasis.

Al día siguiente iban a intentar extubar de nuevo a Nazaret. Después de la experiencia previa decidí no interferir y dejarla sola. Tenía que ser ella sola de nuevo. A posteriori me lo agradeció porque yo la ponía más nerviosa inconscientemente. Y esta vez sí pudo ser. Yo vigilaba el proceso de forma intermitente y sin que ella me viese, con mi afán de controlar todo (sin controlar nada realmente) y las ganas de verla conectada, de sentirla. Le habían introducido el tubo con sacacorchos y costó el mismo trabajo quitárselo. Pero ella fue muy valiente, como siempre ha demostrado, y ante todo pronóstico, se pudo extubar...


La espiga de trigo donde se mecen mis emociones era tan burda que sólo sabía ir de un extremo a otro como cuando sopla el viento fuerte en una u otra dirección. Y esta vez soplaba para la euforia. Volvía a contemplar los amaneceres, a sentir la brisa en su cara, a disfrutar de noches de estrellas y jazmín. Ya no tendría que transportarla a verdes prados, pues juntas podíamos recordar, juntas podíamos sentir. La pesadilla estaba terminando, después de todo el calvario. Nazaret volvía a estar con nosotras, exhausta, sin poder hablar aún por la inflamación traqueal secundaria, hinchada por toda la medicación que precisó y sin a penas poder mover un músculo de su cuerpo. Sonriente, feliz y agradecida a la Virgen del Rocío y a todos los profesionales y familiares que la acompañábamos. No podía estar más feliz, sentirme más dichosa y llena de vida y esperanza de nuevo. Ese día Nazaret, borracha por la anestesia, nos preguntaba qué le había pasado. Decía que ella solo fue al hospital por la tensión un poco alta, a lo que después añadía de forma jocosa que no éramos capaces de dejar morir tranquilamente a alguien que se echase a morir como ella hizo, liándola parda. Pero fue ella misma quien se había salvado sin percatarse. Todos nos reíamos con estos comentarios, previo desplome  de mandíbula. Nada nos preocupaba, todo era insignificante. Ella estaba con nosotros de nuevo. Había esperado al cumpleaños de su hermana para ofrecerle un regalo muy especial: sus abrazos, sus besos, sus palabras entrecortadas, sus ojos de miel y selva… Una parte de mí descansaba, la otra seguía alerta. Había aún mucho camino que andar.

Esa noche, estando en vigilia y sola en la UCI, Nazaret fue visitada por una “chamana” de pelo rizado, largo, joven, y piel ligeramente oscura. Envolviendo con una luz violeta intensa toda la habitación, le dijo que “en luna llena tendría que hacer un sacrificio”. Para ella, lo que estaba viendo y escuchando era tan real como la vida misma. Aún no sabíamos interpretar aquel hecho, ni desde el punto de vista espiritual ya que no sabíamos qué significaba aquello, tampoco físico por si era el fin de fiestas de la borrachera de la sedación, o si realmente era algo más transcendental que se nos escapaba de las manos. Ahí, en aquel preciso instante, estaba empezando a sanar, a perdonar, a liberarse de viejos pensamientos y emociones negativas, a transmutar situaciones indeseables que se repetían a lo largo de sus vidas. Estaba acercándose a su origen divino. Después sabríamos lo que implicaría. Pero mientras, dejamos este incidente un poco aparcado y olvidado entre visitas de amigos y familiares y la alegría de la vuelta al mundo en tres dimensiones.

Estuvimos en la planta de neumología durante 10 días más. Sinceramente la organización de una planta era un poco caótica. Ella pasó de estar conectada y monitorizada a todas las máquinas más sofisticadas a, tras 24 horas de volver al instante presente, no tener ni siquiera un simple saturímetro que controlara si el oxígeno que necesitaba era suficiente para esos pulmones lacerados. Y ella, tras 5 transfusiones de sangre, aún no estaba muy enérgica y no podía ni levantarse de la cama. La solución fue hacerme yo responsable de su estado. La hubiese envuelto en una burbuja de aire, rodeada de pétalos y caricias de nubes plenas de luz. Pero solo la pude cubrir con mi amor, la fuerza que siempre me ha llevado a ella, y quizá, la que más nos ayudaría. Me traje mi fonendoscopio, mi tensiómetro, termómetro y me compré un pulsioxímetro. No me faltaba detalle. Me pasaba mañana, tarde y noche con ella. Esa vez tuve suerte y disponíamos de una habitación individual con una cama suplementoria que podía usar.

Necesitaba sentir la falsa seguridad de controlar todo y así en parte redimir la culpa. Siempre igual, intentaba tapar y curar mis heridas como podía para así intentar desterrar el miedo al sótano de mi ser. Esta herida emocional era fácil de ver, estaba en la superficie. Pero si existen heridas superficiales es porque hay otras profundas, enraizadas en nosotros, que normalmente se inician antes de los 7 años. Ahora soy consciente de que todo lo que percibía en la superficie tapaba una herida más profunda, la rabia. Quizá algo que me ha acompañado desde mi existencia o, tal vez, se ha introducido a través del transgeneracional, para que me pare y mire.


La rabia no es más que miedo, miedo a dejar de controlar y sentir la falsa seguridad, miedo a sentirme culpable por una situación, miedo a la responsabilidad… Miedo a lo que estaba experimentando en ese momento y que hasta que no he echado la vista atrás, no sabía interpretar. Antes de los 7 años vibramos en la frecuencia del amor como nuestro estado normal, estamos en estado theta cerebral (lo habitual es beta y en sueño en alfa) y no se memoriza lo que nos dicen, sino las vivencias, se es libre y se autoexperimienta. Y es por amor por lo que nos dejamos herir en lo más profundo: amor a nuestros padres en la infancia y posteriormente a otros familiares, a nuestras parejas. Hay que aceptar que las heridas están ahí. Lo fácil y lo que solemos hacer es extirpar la herida, pero eso implica quitar la luz también, al tratarse de una herida de amor. 

Cuanto más nos acercamos al amor, más nos acercamos a la vulnerabilidad y el dolor. Así que, si te niegas el dolor, te niegas el amor. Hay que identificar cada herida capa por capa, cuidarla y no ir directamente a la raíz que es más complicado. Es mejor no reaccionar a la herida, no entrar al trapo, dejarla fluir para que no se haga más grande. Eso fue lo primero que hice cuando fui consciente. Actualmente intento llegar a la raíz porque sé que sigue ahí aún, más pequeña, más tranquila, más lejana… pero siempre encuentro a alguien que me muestra su rabia para que no se me olvide la mía. En otras ocasiones soy consciente de la persistencia de esta emoción simplemente al mirarme al espejo y verme las escleras de los ojos amarillas, recordándome la enfermedad de Gilbert que es una afeccion benigna y hereditaria del hígado que produce un leve aumento de bilirrubina, relacionado desde hace miles de años en la medicina china con la rabia… A ellos, a mí cuando soy capaz de entenderme y darme cuenta del por qué me muestran su rabia o consiguen hacerme rabiar, les doy las gracias, porque eso me ayuda a seguir trabajándome y a no pensar que ya está todo hecho, al “ yo ya”

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