"Hay dos tipos de dolor: uno es el que te lastima y el otro es el que te cambia"
Ya no recordaba verme escribir. Con lo que me gustaba y disfrutaba… Hace tanto tiempo que, la última
vez que escribí algo por placer, fue a lápiz y papel porque eso de los
ordenadores te retrasaba el trabajo más que ayudarte, asociado a que era
demasiado novedoso. Mis yemas de los dedos no recuerdan el fluir de estas
teclas para algo diferente a trabajos científicos. Media vida sin escribir…
tampoco es que sea muy vieja, pero no deja de ser media vida. Y la pregunta sería por
qué ahora, ¿a que sí? ¿no me iba a quedar impasible mientras la siento más viva que nunca y creando a través de mí, a mi lado? Por fin me he dado
el permiso de ser.
En estos meses he aprendido mucho, tanto que casi no me
reconozco. El título puede sonar conocido. Es casi igual al de los autores T. Dethlefsen y R. Dahlke que se llama “La
enfermedad como camino”, el cuál disfruté de su lectura a pesar de que jamás pensé que podría caer en mis manos. Hace unos meses solo se
trataba de literatura barata para engañabobos.
Hay muchos escritos de autobiografías de pacientes que se
superan con experiencias personales increíbles y nuevas. También hay lecturas
de sanitarios que descubren, ejerciendo su trabajo o vocación, otra forma de ver
la enfermedad, otro enfoque. Pero he encontrado poco sobre médicos escépticos
que despiertan tras una “gran colleja cósmica” con la enfermedad de la persona
que más ama en este planeta, la tercera dimensión. Ese es mi caso, si...
Para aquellos en los que caigan estas
frases y no me conozcan me presento. He aquí la carta de presentación que podía
haber hecho hace unos meses: soy pediatra, especialista en infectología e
inmunodeficiencias, con un master realizado en Barcelona sobre esta
subespecialidad, bastantes publicaciones nacionales e internacionacionales a la
espalda, involucrada en diferentes sociedades científicas (Asociación Española
de Pediatría, Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional,
Sociedad Española de Infectología Pediátrica…), múltiples trabajos científicos
en congresos nacionales e internacionales, premios de investigación y mi último logro que fue la tesis
doctoral (esto ya apoteósico y me reservo un comentario para más adelante).
Creo que ya se pueden hacer una idea de todo mi ego en estas cuatro líneas y, posteriormente, de las creencias limitantes que implicaría esto mismo.
En cuanto
a la vida personal todo fluía a pedir de boca. Casada hace poco, con una mujer (un pequeño detalle) tras media vida de relación en pareja, con
múltiples planes de futuro estándares: una casa, un trabajo estable y formar
una familia. En este aspecto de mi vida ya se intuye el patrón de perfección al
que estábamos sometidas como cualquier otra persona. Vamos, que entre mi ego,
el patrón de vida que me había impuesto porque era el que la sociedad acepta
(exceptuando el lesbianismo, aunque cada vez está más instalado en los países
de “primer mundo”) y la profesión que había elegido donde todo es casi siempre
sota, caballo y rey: protocolos, protocolos y protocolos olvidando la esencia
del ser (eso sí, por lo menos no soy médico por seguir una tradición familiar,
mis padres son campesinos humildes), casi me confundía la localización de mi
propia oreja con el dedo del pie.
Nunca me había parado a preguntarme quién era
y para qué estaba aquí. Claro que era tan egocéntrica que creía que lo sabía:
era médico y tenía tal y cual título, pareja, coche, perro, proyección de
crecimiento siempre profesional obviamente… tener, tener y tener…
Con todo lo descrito
ya pueden hacerse una idea de que era el caldo de cultivo más
propicio y enriquecedor para que se produjera la caída de bruces con unos
buenos morros en el pavimento.
Y así fue...
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