sábado, 23 de julio de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: El inicio

"Hay dos tipos de dolor: uno es el que te lastima y el otro es el que te cambia"




Ya no recordaba verme escribir. Con lo que me gustaba y disfrutaba… Hace tanto tiempo que, la última vez que escribí algo por placer, fue a lápiz y papel porque eso de los ordenadores te retrasaba el trabajo más que ayudarte, asociado a que era demasiado novedoso. Mis yemas de los dedos no recuerdan el fluir de estas teclas para algo diferente a trabajos científicos. Media vida sin escribir… tampoco es que sea muy vieja, pero no deja de ser media vida. Y la pregunta sería por qué ahora, ¿a que sí? ¿no me iba a quedar impasible mientras la siento más viva que nunca y creando a través de mí, a mi lado? Por fin me he dado el permiso de ser.  

En estos meses he aprendido mucho, tanto que casi no me reconozco. El título puede sonar conocido. Es casi igual al de los autores T. Dethlefsen y R. Dahlke que se llama “La enfermedad como camino”, el cuál disfruté de su lectura a pesar de que jamás pensé que podría caer en mis manos. Hace unos meses solo se trataba de literatura barata para engañabobos.

Hay muchos escritos de autobiografías de pacientes que se superan con experiencias personales increíbles y nuevas. También hay lecturas de sanitarios que descubren, ejerciendo su trabajo o vocación, otra forma de ver la enfermedad, otro enfoque. Pero he encontrado poco sobre médicos escépticos que despiertan tras una “gran colleja cósmica” con la enfermedad de la persona que más ama en este planeta, la tercera dimensión. Ese es mi caso, si...


Para aquellos en los que caigan estas frases y no me conozcan me presento. He aquí la carta de presentación que podía haber hecho hace unos meses: soy pediatra, especialista en infectología e inmunodeficiencias, con un master realizado en Barcelona sobre esta subespecialidad, bastantes publicaciones nacionales e internacionacionales a la espalda, involucrada en diferentes sociedades científicas (Asociación Española de Pediatría, Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional, Sociedad Española de Infectología Pediátrica…), múltiples trabajos científicos en congresos nacionales e internacionales, premios de investigación y mi último logro que fue la tesis doctoral (esto ya apoteósico y me reservo un comentario para más adelante). Creo que ya se pueden hacer una idea de todo mi ego en estas cuatro líneas y, posteriormente, de las creencias limitantes que implicaría esto mismo. 

En cuanto a la vida personal todo fluía a pedir de boca. Casada hace poco, con una mujer (un pequeño detalle) tras media vida de relación en pareja, con múltiples planes de futuro estándares: una casa, un trabajo estable y formar una familia. En este aspecto de mi vida ya se intuye el patrón de perfección al que estábamos sometidas como cualquier otra persona. Vamos, que entre mi ego, el patrón de vida que me había impuesto porque era el que la sociedad acepta (exceptuando el lesbianismo, aunque cada vez está más instalado en los países de “primer mundo”) y la profesión que había elegido donde todo es casi siempre sota, caballo y rey: protocolos, protocolos y protocolos olvidando la esencia del ser (eso sí, por lo menos no soy médico por seguir una tradición familiar, mis padres son campesinos humildes), casi me confundía la localización de mi propia oreja con el dedo del pie. 

Nunca me había parado a preguntarme quién era y para qué estaba aquí. Claro que era tan egocéntrica que creía que lo sabía: era médico y tenía tal y cual título, pareja, coche, perro, proyección de crecimiento siempre profesional obviamente… tener, tener y tener… 

Con todo lo descrito ya pueden hacerse una idea de que era el caldo de cultivo más propicio y enriquecedor para que se produjera la caída de bruces con unos buenos morros en el pavimento.


Y así fue...

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